El viaje

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La visita del tío Luis Emilio se había extendido más de lo que Cris pensaba. Le había dado a lo mucho dos o tres días y una semana pasó y no le veía el interés por largarse.

No creía que se fuera, si lo trataban mejor que un sultán con esclava incluida. El tío le hacía unas exigencias un tanto abusivas y cuando se quejaba sus familiares que no movían ni un dedo en atenderlo la tachaban de inhospitalaria y sangrona.

Contaban con un personal, pero el abusador de su abuelo y del colgado del tío solo querían que fuera Cris que les hiciera los mandados. Estaba buscando la forma de cometer un parricidio y evadir la justicia cuando Luis Emilio le pidió un último encargo porque se marcharía al día siguiente.

Con dicha premisa no perdió tiempo, madrugó en busca de unas cerámicas con decoraciones del arte taíno y otros productos artesanales en el Mercado Modelo. Era el más grande de la ciudad construido en el 1942. Cris subió las escaleras pintadas con un amarillo brillante y se adentró en el laberinto de pequeñas tiendas organizadas llenas de esculturas de madera, joyas de ámbar y máscaras de carnaval en papel maché.

Compró hojas de tabaco, potes de agua florida, incienso y una botella de mama Juana. Eso daba brujería por todos lados, pensó. Se aventuró hasta la parte trasera del mercado, a los puestos de la calle, a regatear unas flores para su madre.

Fue ahí que escuchó la bachata Tus cartas llegan de Ramón Torres. No pudo evitar pensar en Rafael; desde la última vez, no ha podido hablar con él. Le había escrito y solo la dejaba en visto, le contestaba horas después y sus mensajes de voz era en monosílabos.

Pensó en visitarlo, quizás algo le ocurría y no podía hablar. En la amistad que han mantenido por años la que siempre daba el primer paso era ella; aun así, eso no la detenía. Era increíble como los seres humanos podían llegar a niveles tan bajos, por el simple hecho de andar enamorados.

Aunque nunca lo admitiría de manera pública, sus hermanos tenían razón en la poca dignidad que poseía en lo que a Rafael concernía. Ahorraba hasta el mínimo peso para obsequiarle regalos caros que al final tal vez otra era quien las disfrutaba. Recordó las palabras de su padre: "nadie nunca será el amor de tu vida si estando contigo necesita estar al mismo tiempo con alguien más. Porque una cosa es amar y otra muy diferente es convertirse en idiota".

Sacó su teléfono con la alta posibilidad de ser arrebatado por cualquier delincuente y le dejó el siguiente mensaje: «Espero que estés bien, tengo que decirte algo muy importante y no puede pasar de hoy». Escondió su celular y continuó caminando con el corazón en un puño.

Después de regatear como toda una campeona pudo conseguir unas flores hermosas para su madre, unos Anturios, luego entró a la tienda Constanza a comprar una maceta y solicitó un servicio de Uber. Al salir un hedor a estiércol le removió el estómago, pasó por unas tiendas donde vendían pociones de salud y amor.

Una mujer de edad inmensurable con un cachimbo en boca que la hacía parecer a un dragón oscuro post mortem le sonrió. Los cientos de envases llenos de especies, caparazones de Jicotea y cerámicas de arcilla que solo le dejaban mostrar el rostro.

Cris le devolvió el saludo y continuó su camino hasta que sintió que algo la agarró del brazo y tiró de ella. Intentó ahogar su miedo cuando reconoció a la señora. Sus manos eran huesudas y mostraban una clase de costra descolorida en la piel.

—No debes tener miedo de mí —susurró con voz senil y pastosa—. Si lo quieres volver a ver usa más la razón y menos el corazón —La soltó con un empujón y regresó a su tienda—Y no seas tan tonta que el amor no se fuerza—declaró.

Ocultó la indignación por el asalto sufrido y ni siquiera comprobó los datos del chófer como era su costumbre cuando visualizó el vehículo que le había descrito la aplicación. Quería irse lo más pronto posible.

Atrapada en el tiempo con el último de los taínosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora