Conejos

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Después del beso en el claro, la tensión entre Turey y Cris fue en aumento. Cada vez que se pillaban observándose se ponían a hacer cualquier cosa. Nunca dejaron de contemplar los atardeceres, pero había cierta tensión en el ambiente.

Turey terminó de tallar una flauta de madera, quiso probarla de inmediato y que mejor público que sus animales. Empezó soltando ráfagas cortas, luego tonos más sombríos y melancólicos. Cris lo escuchó, su garganta se obstruyó con la tristeza que la música del taíno evocaba.

Los pies de la viajera se movieron y sin darse cuenta estaba a su lado, lo abrazó con fuerza y se percató de la rigidez de su cuerpo por su toque. Lo cierto fue que se dejó guiar por su corazón, sintió la necesidad de darle consuelo. Turey tuvo una infancia horrible, maltratado y humillado por su padre.

El taíno poco a poco fue relajándose, cambió el tono de la melodía por una más alegre. Su labio se inclinó en una pequeña sonrisa cuando la vio moverse con la música. Cris tomó el tambor, cantó como gata estrangulada la canción Quimbara. Turey inclinaba su cabeza hacia un lado y una gran sonrisa se extendía en su rostro.

Entonces, un día bien temprano en la mañana ocurrió lo inevitable.

Turey se encontraba sentado en el río, años atrás había trasladado un sinnúmero de rocas de diferentes tamaños para formar un pequeño estanque. Dormir con Cris no le estaba haciendo nada bien y menos en las mañanas cuando despertaba por el intenso dolor en los testículos.

El taíno permitió que el agua lo calmara mientras se deleitaba en lo maravilloso que era el paisaje. La hierba seguía las ondulaciones del terreno que se mezclaba con la selva. A veces, las aves pasaban volando, rompiendo con sus sonidos el silencio. Cris se detuvo a una distancia prudente y le preguntó si podía bañarse.

Al Taíno se le calentó el cuerpo, se sorprendió cuando su miembro se puso erecto como un cocotero con tan solo escucharla, y la miró con desconfianza y asintió con la cabeza. Turey se volvió de espaldas por precaución. Cris se quitó la inagua y el pedazo de tela que usaba para cubrirse los senos.

Había perdido buena parte del pudor a lo largo de su estancia, además le parecía ridículo sentir vergüenza por la desnudez a esas alturas. De su boca salió un gemido de placer cuando se metió en la charca. El sonido hizo girar a Turey que embebió el cuerpo de Cris. Apretó la mandíbula con fuerza, y decidió a seguir reprimiéndose. En cambio, la viajera se sentía belicosa y necesitaba desahogarse.

Se engañaba razonando que ambos eran personas adultas que bien podrían disfrutar del sexo, al final ella se iría y él la olvidaría. Ese último pensamiento hizo que sintiera una opresión en el pecho. Sin embargo, la verdad era que Cris sentía que se ahogaba y que de un momento a otro entraría en combustión espontánea.

Ese beso en el claro despertó su cuerpo, era extraño y repentino reaccionar de ese modo. La viajera se levantó del charco, caminó moviendo las caderas emulando en su mente a las de Shakira, pero resbaló y gracias a la agilidad de Turey que la agarró a tiempo se hubiera hundido.

La viajera se repuso rápido de su vaivén de caderas fallido, así que decidió en último minuto convertirse en una leona hambrienta. Sin apartar nunca la mirada de su presa, se sentó entre sus piernas, le sonrió con abandono y frotó su cadera contra su entrepierna. Si Turey no captaba la señal no sabría qué hacer. El padre de Cris siempre le advirtió que a las abejas no se les molestaba. Y ahí entendió el porqué.

Turey se humedeció los labios con la lengua en un movimiento lento y perezoso. Cris no tuvo tiempo para reaccionar. Con agilidad Turey se deslizó hacia abajo, se aferró a sus muslos y la levantó en vilo. El cambio de altura la hizo gritar de emoción y también de miedo. Con sus hombros separó sus muslos, posó sus labios sobre su sexo y le introdujo la lengua despacio provocando un corto circuito en las neuronas de Cris.

Atrapada en el tiempo con el último de los taínosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora