Recién casados

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Coaxigüey condujo a Crismaylin al Bohío de su hijo. La amarró a punta de cuchillo al poste principal como si fuera una doncella a minutos de morir sacrificada. Cuando estuvo sola, Crismaylin se cuestionó por su decisión. Aceptó por miedo de eso, no tenía ni la menor duda, pero sus principios no le permitían hacerle algo tan cruel al pobre de Turey.

La magnitud del odio de Coaxigüey hacia su hijo no tenía límites, sabía muy bien que creció con carencia afectiva, ahora, ¿por qué se empeñaba en hacerle creer que podía recibir amor? La única razón lógica era que deseaba destrozar lo que aún no le había arrebatado, la esperanza.

Podría jugar el juego del Nitaíno maquiavélico sin quemarse. El afecto que le brindaría a Turey sería sincero, cuando le diera el objeto, regresaría, olvidaría todo lo vivido y fin del cuento. Incluso, pensó en iniciar otra carrera, una que no tuviera que ver con historia ni huesos prehistóricos.

Su mente no paraba de dar vueltas. Quiso desatarse, pero no lo logró. Su suegro la dejó en una posición incómoda con la clara intención de dislocarle los hombros. Una lágrima de impotencia amenazó con asomarse, pero la retuvo a tiempo. No quería llorar, ella no era una mujer que cedía a las lágrimas con facilidad, aunque este lugar le había arrancado muchas a la fuerza.

Duró casi toda la noche tratando de escapar, los músculos de sus brazos le ardían por el esfuerzo. Unas pocas horas de que amaneciera entró un tambaleante Turey, a Cris le sorprendió que caminara sin tropezar estando tan drogado.

Ocama, Liani (oye, esposa) —dijo de forma alegre y estropajosa.

Aunque Turey nunca le hubiera dado motivos de ser un abusador, la viajera temió que por la tradición quisiera consumar el matrimonio. Su hombría y virilidad estaban entredichos. Incluso al pasar los meses, los aldeanos esperaban que Cris tuviera una panza enorme, algo que jamás ocurriría.

—Ni pienses que voy a acostarme contigo.

¿Ni?

Cris vio a un Turey dando traspiés en medio del bohío, buscó una jarra que llenó de agua. Cris recordó que Ni significaba agua, pero se negó a tomarla. Entonces, Turey, al ver su negativa, terminó por lanzar al piso la vasija, enojado.

Daca zinato (estoy irritado).

Cris alzó una ceja, sorprendida.

—Me importa un carajo—expresó, molesta—. No dejaré que me violes, solo por el hecho de que creas que soy tu esposa.

Osama, Liani Uara Catey (atención, esposa tu molestar).

Turey se quedó observándola, estiró una mano hacia su rostro, apenas la rozó. Cris se estremeció y ahogó una exclamación. Después de unos segundos, la desató.

Guaiba (vete) —le ordenó y señaló con un dedo la puerta.

Cris no se lo pensó dos veces, se levantó y cojeo hasta la salida. Miró por encima de su hombro y soltó un grito de espanto cuando Turey se desplomó en el piso. Sin procesarlo siquiera fue en su auxilio. Chequeo sus signos vitales, escuchó un fuerte ronquido, su preocupación se disipó.

Su recién esposo se había desmayado a causa del alcohol y las drogas. Tenía unos feos moretones esparcidos por todo el cuerpo, producto de la paliza que recibió por parte de Gabriel que se mezclaron con las de su padre.

La situación de la viajera era crítica y nada normal, sin embargo, cuando oyó el sonido estremecedor de un trueno supo que no iría a ninguna parte. Sentía mucho frío, los bohíos carecían de puertas, así que todo ese aire helado se filtró sin ningún problema.

Atrapada en el tiempo con el último de los taínosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora