Boda taína

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Las heridas de la golpiza le dieron fiebre a Turey. Fue una noche larga y estresante para Crismaylin. Tuvo que ir varias veces al río en busca de agua. Además de mantener vivo y controlado el fuego. Se hizo ligueras quemaduras en las manos por andar colocando brasas dentro del Bohío para mantener el lugar cálido.

Por momentos el rostro del Taíno se enrojecía y sus ojos brillaban vidriosos. Le palpó la piel, estaba ardiendo, pero no por la calentura. Su hombro se hinchó por el vendaje mal, puesto que le puso Alejandro.

En la mañana, desde muy temprano comenzó a vomitar, llegó un momento en que Cris salió corriendo a buscar ayuda. Al no saber hablar bien el idioma, se le hizo muy difícil explicar lo que quería. Luego de varios intentos lingüísticos fallidos, alguien pudo entenderla y guiarla a la casa de Alejandro.

Lo encontró atendiendo a otro Taíno que tenía una herida no tan profunda en el muslo izquierdo. Al parecer se lastimó con una flecha mientras cazaba. Crismaylin le explicó con premura la situación de Turey, entonces Alejandro le diagnosticó un virus estomacal.

Y cuando lo cuestionó por la supuesta evaluación médica sin ver al paciente, el Behique alegó que sabía lo que decía, aseguró contar con un aval en medicina moderna al haber visto todos los capítulos de la serie Dr. House.

La viajera super enojada por la desfachatez del chamán, se fue no sin antes mandarle saludos afectuosos a la madre de este. En la tarde tuvo que lidiar con un fuerte caso de diarrea, utilizó su ropa para fines de limpieza.

Se vio obligada a reconciliarse con la desnudez. Cuidar de un enfermo en una época tan primitiva era una verdadera odisea. Sancochó unas yautías que encontró y mientras comía notó que nadie fue a visitarlos.

Tal vez por órdenes de Coaxigüey o porque muchos aún se debatían si ella era o no una Opía. Sea lo que sea, no era buena señal. Otro problema se le agregó a su agenda como enfermera fue cuidar de los animales discapacitados de Turey.

Las cotorras tenían una de sus alas rotas, el gavilán era ciego y los caparazones de las jicoteas estaban partidas casi a la mitad, supuso que alguien se las rompió empleando una piedra. Turey usó una especie de soga para unirlos, aparte de colocarle un montón de hojas sobre sus heridas. Cris encontró además dos que no dejaban de chillar debido al hambre.

Jehová Dios se apiadó de ella porque Turey se incorporó, tal vez por los sonidos de los animales nerviosos debido al hambre. Se veía muy demacrado; aun así, actuó en automático, buscó en una pequeña cesta, maíz triturado y algunas hojas que les echó a sus crías.

Comprendió que no era la primera vez que atendía a sus animales estando débil y golpeado, y pensar eso la entristeció. En cuanto a los pichones, Cris tuvo que intervenir al observar que no pudo ni siquiera levantar un pequeño pilón por el temblor de sus manos. Intuyó lo que quería hacer, así que se puso a triturar el maíz, pero antes tuvo que ayudarlo a recostarse de la pared.

Cuando estuvo pulverizado, Turey le susurró la palabra Ni, entonces Cris entendió de inmediato lo que debía de hacer. Vertió agua en el mortero e hizo una pequeña papilla, y con un delgado palito les introdujo la mezcla a los pichones por sus picos. Alimentar a esos pequeñines le produjo ternura, eran tan indefensos y frágiles, y el ayudarlos le brindó un sentimiento de logro.

Cuando estuvieron saciados todas las aves dejaron de chillar menos los pichones, y se instaló un ambiente de calma. Cris ayudó a Turey a acostarse en su hamaca. Durmió por horas. En la noche llevó brasas para mantener el calor en la choza porque la temperatura bajó mucho.

Salió y se puso a observar el cielo estrellado.

Meditó en la difícil vida que había tenido que vivir el taíno. En su época nacer con el labio leporino no era algo grave, pero aquí las supersticiones y la falta de conocimiento tuvieron que hacerle mella. Aún mantenía la incógnita de saber quién le cerró de tan mala forma su apertura, algo que le deformó mucho sus labios; aun así, no dejaba de ser atractivo.

Atrapada en el tiempo con el último de los taínosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora