The Captain

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CAPÍTULO 9
The Captain

Italia, 2011

— Bendito paraíso, hermanito—escuché—. ¡Levanta tus ojos de esas páginas y mira a tu alrededor!

Andrés se había levantado de buen humor aquella mañana. Su voz resonó en el espacio abierto, pues junto al sonido de las olas, era lo único que lo llenaba. Estábamos en un barco italiano, —de un italiano—, porque a mi hermano le gustaba hacer negocios en mitad del océano. Decía que era el único lugar donde podía tener las ideas claras. También, que solamente los marineros sabían firmar tratos porque conocían el lenguaje oculto de la verdad. La verdad de aquellas olas que rompían contra la antigua madera y que les servían como esperanza para avistar, pronto, tierra. El sol pegaba temprano, adhiriéndose a mi piel y a mi camisa remangada. Irónicamente, nosotros podríamos volver cuando quisiéramos: activar el motor y buscar la costa de nuevo. Pero me sentía prisionero, allí. En medio de la nada. Mintiéndole a la mujer que quería. Con solo aquel libro para recordarme lo mala persona que era.

— Por lo que veo estás emocionado por el trato de esta noche —señalé.

— Los negocios presentes no son motivo para estar contento —negó—. Pero sí el futuro que nos espera. ¿Ves esto?, papá habría estado orgulloso.

Rió.

Me levanté y me acerqué a aceptar un cigarrillo de su parte. Me lo puse en los labios mientras que me echaba hacia atrás el cabello, buscando apartármelo de la frente.

— Debería estar corrigiendo exámenes —farfullé—. No en mitad de la nada haciendo esto.

— Bueno, mientras lleves el apellido Marquina,  esta empresa sigue siendo tuya. — Me recordó, con resquemor, apagando la fingida felicidad con la que se había levantado aquella mañana como si fuese una colilla que pisaba en la proa.

— Daría todo lo que fuese por ser libre. Por tener a Raquel antes que... esto.

Y yo por poder firmar un trato sin necesitar tu maldita firma —Se quejó—. Pero papá no nos lo puso fácil a ninguno de los dos, ¿no es así?

Me callé porque sabía que era cierto. Y aquel tono de voz significaba superioridad. Autoridad. Apreté los labios y le di una larga calada al cigarrillo, como si el humo pudiese llevarse las malas palabras consigo. Todo era por él. Por su memoria. Y por mantenerle vivo a través de los negocios que llevaban su nombre. Mi padre me lo había dejado todo. Había confiado en mí y no en Andrés para aquello.  Aún me sentía culpable porque estaba traicionando la vida que él me había preparado. Primero, yendo a la universidad con sueños encubiertos, y segundo, enamorándome de Raquel. Había sido tan fácil que se me había hecho imposible ponerle frenos.

Al principio no importaba que ella estudiase criminología y yo matemáticas. Porque éramos unos críos y los sueños de dos niños nunca importan. Pero al final, no podemos huir de lo que somos. Y yo sentía aquella parte de mi vida respirar en mi nuca cada vez más cerca. Como ese aliento incipiente que te recuerda aquello que intentas olvidar. Solamente llevaba la careta del rumbo que me hubiese gustado elegir. Por su parte, Raquel era sincera. Conmigo y con el mundo.

Aquello era mi sangre. Mi legado. Mi verdadera identidad. La razón por la cual estaba hoy vivo.

— Se lo debes. A él y a mí, Sergio.

EL DALÍ #SerquelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora