Locked up in a box

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CAPÍTULO 20
Locked up in a box

Suárez y Ángel caminaban en mi dirección cuando sentí mi móvil vibrar en el bolsillo. La policía había acordonado la zona. Esta había cambiado. El bullicio, las cintas de plástico y los múltiples coches de policía la hacían parecer otro lugar. Un lugar en el que te esperas encontrarte este jaleo y no el que yo había visitado horas antes. Sin embargo, eso no me hacía sentirme menos culpable.

—Sergio, no es buen momento —contesté mientras me giraba rápidamente, alejándome notablemente de la multitud para cambiar la trayectoria de los dos inspectores. Sabía que era él, pues casi podía sentir su cálido aliento al otro lado de la línea. Y recordé el suave sabor de sus labios. El café mezclado con cierto toque de whisky. Era diferente. Volvernos a conocer bailando una coreografía que nos sabíamos de memoria.

—Raquel, necesito saber cómo van las cosas —insistió, con cierta desesperación arrastrándose en sus palabras. Sus pasos acelerados retumbaban al otro lado de la línea, como si ansiase hacer un agujero en la habitación. Me mordí la cara interior de la mejilla y me apoyé contra uno de los coches de policía aparcados al final de la avenida. Mis ojos se deslumbraron con el sol que aventaba las ventanas de aquella casa, justo desde donde horas antes había emanado esa luz roja que podría haber acabado con mi vida.

—Pensaba que tu teléfono estaba pinchado.

—Es de prepago. No se puede rastrear la llamada —respondió rápidamente—: Raquel.

—Sigo en la escena del crimen —miré de nuevo a mi alrededor antes de volverme, con un resoplido—: Pero Sergio, esto es una locura. La... la chica de la que te hablé, no hay rastro de ella. Y cualquiera puede haberme visto aquí —negué—: me estoy volviendo loca. Esto ha sido... un error. Tal vez debería...

—¿Confesar?, por favor, Raquel, tú misma sabes mejor que nadie cómo funciona la justicia—contestó, enfadado—. Es demasiado tarde. Ahora solo podemos... asegurarnos de que nada de esto te salpique.

—¿me salpique o nos salpique? —inquirí, apretando los labios después, para escucharle. Para sentir la dolorosa rotura del nudo en mi garganta mientras que él hablaba:

Nos —corrigió, con cierto énfasis—: Raquel... —cerré los ojos. La manera en la que Sergio pronunciaba mi nombre me hacía creer que era la única persona que de verdad me conocía. Como un verso escrito con sus propias manos, moldeando mi vida hasta el punto de tener un irrefrenable poder sobre mí. Suspiré. Noté como cada vello de mi cuerpo se erizaba. Y sentí necesidad de echarme a llorar ahí mismo debido a las ganas que tenia de volver a ese momento en el que nuestros labios se habían unido.

— Raquel, estoy... contigo en esto. No voy a dejar que te pase nada malo —afirmó. Llegados a este punto, no sabía qué podía más doloroso: si una promesa o una mentira.

—Ojalá fuese tan sencillo... —murmuré, abriendo los ojos—: Pero siento que los asesinatos no se han terminado con Prieto. Necesito evitar que muera más gente, Sergio.

—Lo entiendo —dijo. Me sentí vulnerable, pero no me importó que fuese él el que estaba al otro lado de la línea. Así que, proseguí:

—Pero no sé cómo...

—Claro que lo sabes —me interrumpió—: Raquel, eres la mujer más inteligente que conozco —recordó, arrancándome una sonrisa suspirada. Tomé aire, intentando liberar mi mente durante unos segundos.

EL DALÍ #SerquelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora