Afterhours

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Capítulo 28
Afterhours

El día que murió mi padre fue un día normal. De esos en los que te despiertas y simplemente vives la rutina. No tuve un presentimiento. Tampoco lo vi venir. Él se despidió de mí alborotándome el pelo esa mañana y salió por la puerta para no volver. Le pegaron dos tiros. Mi madre me dijo que no había sufrido y eso me bastó para sobrellevar la rabia. Más tarde descubrí que había fallecido en el acto. No le había dado tiempo a tener un último pensamiento o a sentir pena porque no volveríamos a vernos. Absolutamente nada. Ni dolor, tristeza, mucho menos miedo. Estaba segura de que se había metido en aquel lugar sin pensárselo dos veces, porque así era él. No solía temerle a las consecuencias porque creía en la justicia. Durante unos años me sirvió para no hacerme muchas preguntas. Para no crecer pensando en la venganza y seguir adelante. Poco a poco su recuerdo empezó a emborronarse en mi mente, al final, era muy pequeña; y aprendí a vivir con el sentimiento de echar de menos a alguien y no saber muy bien por qué.

Cuando entré en la universidad las cosas nos iban bien. Mi madre había empezado a salir con un hombre bueno y yo pasaba la mayor parte del tiempo fuera de casa. Quizás fue él quien avivó la rabia en mi corazón. O tal vez, sucedió el día en el que mi madre me llamó desconsolada y me dijo que los iban a soltar.

"Buen comportamiento. Y una mierda, ¡mataron a papá!".

Me quitaron la oportunidad de conocerlo de verdad.

Pero no pude hacer nada. Después conocí a Sergio y alivió poco a poco mi dolor. Él lo sabía todo de mí, menos una cosa.

Uno de los asaltantes se había acercado a la casa en la que vivíamos un jueves por la tarde. Mi madre tenía turno en el hospital y sabía que ese mismo día volvería un poco más tarde porque había quedado con las otras enfermeras para despedir a Julieta, que se jubilaba ya ese año. Así que seguramente se lo pasase bien. Cuando abrí la puerta y le vi, mi primer instinto fue coger unas tijeras que tenía a mano y apuntarle con ellas. Reconocía su rostro porque había hecho mis propias investigaciones. Sin embargo, no iba solo. Su agente de la condicional le acompañaba. Por inercia, agachó la mirada en cuanto me vio, tan mayor. Quizás me recordaba como una niña. Ahora, sin embargo, era una mujer adulta que había crecido sin padre. Que estudiaba para ser policía y atrapar a tipos como él.

—Vamos, Marco, es tu oportunidad —escuché decir al agente. Cabizbajo, él habló. Pero no le escuché. No me interesaba nada de lo que tuviese que decirme. Tenía los oídos taponados por la rabia y era incapaz de sentir compasión alguna por su alma. Me pidió perdón. Él había sido quien había disparado aquel arma.

Sin querer no se pegan dos tiros —dije, y les cerré la puerta en las narices. No quería perdonarle aunque ya hubiese pasado el tiempo. Necesitaba que se lo comiese la culpa como si su carne fuese trémula y estuviese llena de gusanos. Tenía dieciocho años recién cumplidos y estaba enfadada. Muy enfadada. Con el paso de los años aprendí a dejar de estarlo; le perdoné. Pero jamás se lo dije.

A Sergio tampoco le conté esta historia, no era algo de lo que estuviese orgullosa. Y temía que viese en mí una parte oscura; algo que no le gustase. Ahora, después de todo, entendía que ambos habíamos hecho lo mismo. Esconder nuestra basura en cajones que habían terminado explotándonos en la cara.

—Raquel —escuché mi nombre resonar entre el barullo; entre las luces avioletadas que centelleaban en el cielo. Las sirenas iban y venían. Distinguí las deportivas de Ángel en el suelo y me di cuenta de que no había levantado la vista desde que me había sentado en el asiento trasero de un coche patrulla y había dejado los pies colgando, jugueteando con el suelo arenoso. Había olvidado también el momento en el que habíamos salido de allí. A Sergio se lo habían llevado al hospital y a mí me habían vendado las muñecas. Mi cuerpo lo cubría una ancha sudadera gris que Suárez me había echado encima antes de dejarme sola.

EL DALÍ #SerquelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora