Don't blame me

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A/N: Bueno muchas gracias a todos los que leéis y os tomáis el tiempo de comentar, no pensaba que esta historia la fuesen a leer más de dos personas. Este capítulo tiene escenas un poco TW que podrían ser (+18), tampoco es nada explícito al 100%, pero prefiero avisar. Un saludo. <3

CAPÍTULO 22
Don't blame me

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La cremallera se deslizó por mi espalda con facilidad. Sentí como el vestido se ajustaba entonces a mi cuerpo, moldeando mi cintura y envolviendo mi pecho sin apretar demasiado. La tela era suave, negra, y lucía una pequeña apertura en la pierna que dejaba ver parte de mi muslo.

Él dio un paso hacia atrás.

—¿Cómoda? —preguntó.

Bueno, preferiría un par de vaqueros y una camiseta a esto, pero...

—Al menos así te libras del olor a poli a kilómetros—dijo Suárez mientras dejaba salir una pequeña carcajada—: Me refería al micro, no te molesta, ¿verdad?

Miré mi reflejo en el alargado espejo que mi hermana tenía en la entrada. El micrófono estaba bien escondido entre mis pechos, pegado con una cinta que permitía que el fino cablecito pasara desapercibido bajo la tela del vestido. Tanto, que aunque la prenda dirigiese todas las miradas hacia mi escote, solo yo sabría que estaba allí. Mis palabras no eran libres, y a veces, ni siquiera mis pensamientos. Pero lo peor no era eso. Lo peor era esa vocecita en mi cabeza que no era nada conciliadora. Aferrada a la disyuntiva, me repetía una y otra vez que tal vez me estaba equivocando. Había traicionado a Sergio. Pero en cierto modo, él también a mí. Y estaba segura de que los dos jugábamos a más de una banda.

—No —respondí finalmente, alisándome la tela de la falda del vestido. Antes de que pudiese escaparme, Suárez me agarró del brazo y me obligó enfrentarme a sus ojos.

—Ángel y yo vamos a estar al otro lado. Recuérdalo. —dijo. El nudo que apretaba mi garganta se tensó un poco más. No fui capaz de mantenerle la mirada durante mucho más tiempo y terminé por hacer amago de seguir hacia delante. Suárez me conocía demasiado bien como para saber que había algo más. Que estaba dudando.

—Has tomado la decisión correcta, Raquel —afirmó—: Sé que debe haber sido complicado, pero esto puede salvarte el culo si las cosas se tuercen. Nadie dudará dónde está tu lealtad.

Me hubiese gustado pensar que Suárez tenía razón y que acababa de ponerme un chaleco salvavidas, pero ya no tenía claro qué estaba bien y qué no. Estaba dando tumbos. Esperaba estrellarme en cualquier momento. Tal vez, fuese esa noche.

Cuando salí al exterior agradecí la apertura del vestido. El calor era cada vez más sofocante en la ciudad. Ascendía desde el asfalto y quemaba. Antes de que pudiese cruzar la acera, un Mercedes negro, de matrícula italiana, se paró frente a mí. Frené de golpe, observándome de nuevo en el reflejo de la oscurecida ventana del coche. Aquella vestimenta me resultaba cuánto más ridícula. Casi como un disfraz de carnaval.

Me aclaré la garganta cuando le vi bajar la ventanilla del asiento del copiloto. Él estaba al volante.

—¿subes?

Y tampoco iba a bajarse a abrirme la puerta. Reaccioné, inclinándome para hacerlo yo misma y montarme, finalmente, en el coche. Me humedecí los labios, incapaz de mirarle directamente a él. De encontrar sus ojos marrones, los cuales no me habían abandonado ni un solo segundo. Tal vez centelleaban de la misma manera que lo hacía Madrid por la noche. Removiéndose entre la oscuridad de un deseo irrefrenable. Al final, antes o después, sus calles terminan arrastrándote.

EL DALÍ #SerquelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora