Prólogo

71 13 3
                                    

Viernes, 6 de la tarde. Llovía. Y no era una lluvia leve, era un aguacero, un palo de agua como dirían por ahí. El pelirrojo se sentó en las escaleras a las afueras del Instituto, su mirada era la de un traumado, como si hubiera visto algún fantasma. Pero eso no le impedía seguir siendo el mismo de siempre. Sacó un cigarro de su bolsillo y lo encendió con un cerillo. Cada diez segundos inhalaba del cigarro y botaba el humo al instante. A pesar que le gustaba fumar, no le gustaba mantener el humo en su boca, el sabor le era nefasto y más de una vez alguna que otra chica le negó un beso porque la boca le olía a cigarro. Francamente, al pelirrojo lo que le gustaba era el efecto de la nicotina en su cerebro, razón por la cual consumía dos cajas al día

—¿Tú eres Cris Conner, no? —preguntó Natalia sentándose a su lado

—Mis amigos me dicen Boomer

—Pero yo no soy tu amiga —hubo un silencio—. Verás, Cris, quiero ofrecerte un trato

—¿Qué tendrías para comprarme?

—Tu vida. Sé que sabes quién lo hizo. Sé que sabes porqué lo hizo. Sé que sabes que su familia pagaría millones por tu silencio. Sé también, que esa persona no lo pensaría dos veces para arrojarte al lago, así que no creo que seas lo suficientemente imbécil para salvarle la vida

—Veo que sabes mucho de mí —inhaló del cigarro

—Incluso más de lo que tú sabes —hubo otro silencio—. ¿Te gusta fumar? —Cris rió como burla, para luego soltarle el humo en la cara a Natalia

—¿No que sabías mucho de mí?

—Cris, solo dime todo lo que sepas y te irás a casa con 30 millones de dólares

Cris rió otra vez, harto de la gente como Natalia. Ella nunca se imaginó lo que iba a decir

—¿Sabes? La lluvia es un fenómeno meteorológico hermoso. Hace crecer los cultivos, crea un hermosa vista en las hojas de los árboles, crea charcos de lodo para los niños, a algunos adultos le reconforta el solo olor a lluvia y tierra mojada... incluso crea el ambiente perfecto para que una pareja vea películas acurrucados y tomando chocolate caliente. A mí me encanta la lluvia y el olor a tierra mojada, no sé a ti. La lluvia tiene su explicación científica, pero en algún tiempo, se creía que la lluvia era el llanto de un dios iracundo. Pero creo que esas son puras estupideces

–¿Quién sabe? A lo mejor hay por ahí un dios iracundo furioso por lo que pasó hace unos instantes

—Si un dios iracundo, fuera de verdad iracundo, no lloraría por estupideces

—A lo mejor alguien más hizo algo peor y la lluvia es para castigarlo y hacer que aprenda una lección

—No seas idiota, Natalia. Te repito: si un dios iracundo, fuera de verdad iracundo, no lloraría por estupideces. Ni siquiera perdería su tiempo en tratar de enseñarle una lección a los humanos

—¿Cómo sabes mi nombre? —Natalia se sorprendió y asustó

—Que hable de un dios iracundo en tercera persona no significa que no sea uno, Natalia Reed Clayton-Feller —Natalia abrió levemente la boca, estaba impactada, perpleja. Nunca tomó tan en serio a Cris como para considerarlo una amenaza

—Cris, solo dime lo que pasó, cuéntamelo todo, desde que llegaste al Instituto

—Te lo advierto, no es una historia apta para todo público

Cris Conner [Libro I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora