Capítulo 4: Los Chicos Perdidos

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El Instituto Boston Red se encontraba cerca de un lago. Para los días de antaño cuando se fundó el Instituto, este lago era un punto muerto en la cultura general estudiantil: nadie lo visitaba ni como lugar turístico. A partir de hace unos treinta años eso cambió.

Hordas de adolescentes riquillos hormonales iban al sitio a tener sus citas y hacer sus fiestas pecaminosas, o simplemente para desvelarse viendo las estrellas o leyendo algún best seller.

De alguna u otra forma, esa actitud tan procaz de comportarse aquellos adolescentes se transmitiría con el tiempo. Tal vez era algo genético, hombres y mujeres que se graduaban ahí inscribían devuelta a sus hijos para de alguna forma "continuar el legado". Una basura, en otras palabras.

A orillas de ese lago surgió un club, una hermandad secreta cuyos miembros se hacían llamar los Chicos Perdidos. Al principio solo hacían reuniones taciturnas para beber y drogarse, con la excusa de que "son jóvenes, deben disfrutar su tiempo en este mundo". Más estupideces salidas de Boston Red.

Pero aquellas sucias y fugaces intenciones cambiaron hace tres años, cuando el Club de los Jóvenes sin Futuro cambió de ritmo. Ya no era solo trasnocharse dopándose, ahora cazaban animales también. Y hace un año, empezaron a cazar otra cosa

—Lo saben, todos lo saben, Peter —dijo Andrew asustado, en posición fetal a orillas del lago. Aquí no llovía del mismo modo, solo caían pequeñas gotas

—No, por supuesto que no lo saben. Es más, ¿Cómo podrían saberlo siquiera? —Andrew estaba recostado de un árbol

—Lo sabía, sabía que esto era una mala idea —empezó a llorar mientras se echaba el cabello hacia atrás—. ¡Vamos a pasar el resto de nuestras vidas en la cárcel!

—¿Puedes callarte, pedazo de imbécil? Me estás empezando a molestar —se empezó a acercar a su hermano. El grito de regaño que había soltado no ameritaba irse a la contraria—. El Señor H nos va a sacar de esta, tenlo por seguro

—¿Pero cómo sabes que lo hará?

—Porque sabe lo que le conviene. Tú y yo tenemos información que el no tiene. Nos mantendrá vivos por eso

—Hasta que cantemos, luego se deshará de nosotros

—Para cuando lo haga estaremos en las montañas de Siberia o en una playa en Cuba, pero no estaremos en algún lugar donde el tenga poder sobre nosotros

—Cosas que pasan cuando le vendes tu alma al Diablo

—El Diablo no existe, ya te lo he dicho

—Claro que existe, y es el Señor H

—¡Me cago en la cara de Señor H! Si vuelves a mencionarlo otra vez te arrojaré al lago, ¿entendido?

A simple vista parecía una amenaza débil, pero no sin ir más a fondo. La verdad, aunque tonta e irreverente, es que Andrew no sabe nadar. Así de idiotas solían ser los estudiantes de Boston Red.

Natalia seguía hablando con Cris

—¿Ya me vas a contar lo de la fiesta?

—Todavía no, pero tranquila, falta poco. Y créeme que lo mejor está por venir

—¿Qué se me será contado en este nuevo capítulo de la dramática historia de Cris Conner, eh?

—Pues todavía me falta gente que conocer. Además, falta la reacción de Jim y de Torrance

Cris Conner [Libro I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora