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Narra Pablo.

No tardamos en llegar a su alojamiento, era un piso en una zona residencial para universitarios.

—¿Eres universitario?— Le pregunté mientras ingresamos a su hogar.

—No, soy un colegial, igual que tu, solo digamos que ya tengo un espacio en una Universidad— Al entrar, él arrojó su mochila a uno de los sofás y me acompañó al baño.

Me explicó cómo funcionaba cada llave y después salió del sitio.

Comencé a desnudarme, me sentía extraño, ¿Qué me pondría después?, ¿Cómo fue que llegue a estar en la casa de un extraño?.

De la nada, la puerta se abrió, no supe como reaccionar, aunque solo tuviera el pecho descubierto, sentí como mi cara comenzaba a pintarse de un color rojo vivo.

—Lo siento, solo quería dejarte algo de ropa y saber, si gustas que lave la tuya—

—No, digo gracias, pero así está bien— Mientras que con la ropa que me había quitado, me cubro el pecho, entró, dejó sobre el inodoro la ropa que traía y después salió, no sin antes disculparse.

Terminé de quitarme la ropa que me quedaba y lentamente entré en la ducha, cerré la cortina que divide la ducha, del resto del baño y gracias al agua, logré quitar todos los restos de porquería sobre mi cabello.

—Espero no incomodarte, solo necesito tomar algo rápido— Escuche como sus pasos recorrían el baño, no podía ver que hacia, mas que una tenue sombra del otro lado de la cortina. No dijo nada más, escuche como salió de la habitación, y yo salí de la ducha.

Tome su ropa, y comencé a vestirme, no sin antes buscar la mía, la cual no logre encontrar por ningún lugar. Terminé de arreglarme, y salí de su baño.

Comencé a buscarlo por el pasillo e incluso por su sala y cocina, pero no estaba por ningún lado.

—¿Oliver?— Pregunté al aire, pero nadie me respondió, no sabia que hacer, estaba en una casa ajena, lejos de mi casa y en horario escolar, sin mencionar que no tengo conmigo, mi ropa y llevo puesta una que es dos tallas mayor a la mía.

Solo quedaba un lugar que no había revisado, no sabia que tan correcto era entrar en su habitación.

Me acerqué a la puerta, la toque y no recibí respuesta, eso quería decir que no había nadie dentro.

Lentamente abrí la puerta y fue ahí que descubrí el porqué me ofreció salir de la escuela, y es que Oliver estaba dormido, sobre su cama, como si de una siesta se tratara.

—Lo siento, no debí entrar— No se, porque me disculpaba, es solo que lo sentía correcto.

—No, descuida, es mi culpa por quedarme dormido— Me hizo una señal de que me acostara a su lado. —¿Gustas descansar?— Me senté sobre su cama, algo dudoso.

—Sabes, sigues siendo un extraño— Me acosté junto a él, porque de alguna manera, a pesar de que lo era, ya no lo sentía como uno.

—Tú también eres un completo extraño y aun así, estás dentro de mi casa— Se acostó de lado y por inercia, hice lo mismo, mirándolo, directo a los ojos. —En fin, tienes razón, soy Oliver Díaz tengo dieciocho años y estoy por entrar a la Universidad— Me sonrió y por primera vez le puse atención a lo llamativos que eran sus labios, se veían sedosos, sin mencionar lo carnosos.

—Pues soy Pablo Torres, tengo dieciséis años y tuve que mudarme a este lado de la ciudad, por circunstancias que preferiría no decir— También le sonreí y me hizo sentir algo, hace mucho tiempo no tenía un amigo.

—Es justo guardar secretos, todos los tenemos— Después de hablar bostezo y me recordó que hace unos cinco minutos se encontraba dormido. —No sé tú, pero estás en tu casa, tu ropa se está lavando y después se secara, así que disfruta de tu tarde libre— Comenzó a cerrar los ojos y volvió a quedarse dormido.

Su cama era suave, y estaba algo tibia, no se como pero lentamente, comencé a quedarme dormido, y sumando que dormí muy mal en ese sofá, no pude evitar quedarme dormido, junto a él.

Desperté lentamente, con un ruido de fondo, bastante molesto, como si de un despertador se tratara.

—Tu teléfono no ha dejado de sonar, deberías responder— Él estaba con el torso descubierto, una toalla en su cintura, mientras escasas gotas caían lentamente por algunas partes de su cuerpo.

—Si, lo siento— No podía evitar desviar la mirada hacia su cuerpo, estaba bastante moldeado, de una manera muy persistente.

Él me dio la espalda y tomé mi teléfono de vuelta. Las llamadas eran de mi madre y era obvio, eran casi las ocho de la noche, ¿Cómo es que el tiempo puede ir tan rápido?.

—Hola— La llamada, había sido tomada.

—¿Dónde estás?, ¿Te encuentras bien?— Su voz estaba quebrada, esperaba más un regaño, a que estuviera llorando.

—Lo siento muchísimo, todo está bien, solo fui con alguien esta tarde y no me di cuenta del tiempo, ahora mismo, voy para la casa— La había asustado, otra vez.

—De acuerdo, ¿Pero, te encuentras bien, verdad?—

—Si, está todo bien, ya voy para allá, te amo— Colgué y volví a vestirme con el uniforme.

—Descuida, llévate la ropa, así tengo pretexto para volver a verte— Le hice caso, me termine de poner los zapatos y salí de su casa, agradeciendo todo.

Besos En Mis Cicatrices.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora