CAPÍTULO 14: Hasta Nuestro Último Día

106 15 5
                                    

- No lo sabemos – respondía Dolores al tan curioso niño escritor, referido a quien fuera su tío. Pepa lo miraba con una sonrisa, muda, pero seguía cosiendo. Le terminó una hermosa camisa blanca a su nieto mayor, listo para la ceremonia de la nueva integrante Madrigal.

                Lucas, incansable, agotó todos sus recursos con tal de dar alguna pista de la desaparición de Bruno. Aunque se le fue prohibido, ingresó a aquel cuarto ya abandonado tantos años atrás. Yacía fría la cama desde aquella última vez que durmió allí. Lucas podía observar algunas sombras uniformes que daban vueltas sobre la pared y, aunque sentía miedo, emprendió camino al interior de ese lugar. Vio una entrada y una lluvia de arena constante pero lo suficientemente liviana para visualizar, desde ahí, la cueva donde Bruno buscaba sus visiones. Cruzó ese puente que crujía con cada pisada, hasta que finalmente entró. No había más que pabilos de vela retorcidos y negruzcos, la cera desparramada por el piso y, de no ser por una pequeña linterna que poseía el niño, no hubiera visto nada, ni siquiera la pared que estaría por quebrarle su pequeña nariz.

                  La arena se encontraba algo húmeda, una almohada yacía intacta allí. Pero he aquí el detalle que, debajo de una manta, apareció una nota. Se la pudo ver por el movimiento a causa de una pequeña brisa. Parece que Bruno había dormido allí, la noche siguiente a la tragedia. Una carta, letras algo corridas (Lucas escribe mejor, sin duda alguna), pero era el corazón de Bruno en palabras. Cuidadosamente, el pequeño aventurero desplegó el papel y leyó a la luz eléctrica portátil:


Me esperaste ansiosa aquel día sin conocerme. Mis mañanas pronto tuvieron otro color, otro amanecer. Había recibido ahí mi mejor regalo, mi milagro. Hiciste de mi vida un mundo mejor. Hiciste de mis noches un momento mejor. Tu vida fue mi sostén, tu cuerpo mi refugio, tus palabras mi seguridad e identidad.

Prometí amarte y cuidarte para siempre. Te prometí mi corazón entero, te prometí una vida de ensueño, mi presencia indeleble contigo. Te prometí, hasta nuestro último día, una y mil caricias. Uno y mil besos, uno y mil atardeceres, una y mil noches juntos. Nuestros cuerpos pactaron todo eso y más...

Hasta nuestro último día, lo tendrías todo, lo tendríamos todo. Conquistaríamos las barreras del amor y de lo imposible, aunque todo rugiera y crujiera. El mundo mismo caería a nuestros pies, pero le caímos a él, y te fallé.

Te fallé. Te fallé cuando no pude protegerte, cuando te vi caer, cuando cerraste tus ojos para siempre. La oscuridad se apoderó de mí, las tinieblas me invadieron, tu silencio trajo mi inseguridad.

Pero, hasta el último de mis respiros, seguirás en mi mente y en mi corazón. Eres la razón de mi existencia. Mirabel, eres mi milagro.



                  Mientras Lucas leía la carta, la cueva se encargó de proyectarle, en sombras con contornos verdes, el momento que Bruno escribiría esa carta, la madrugada siguiente a la que Mirabel perecería. Una lágrima se disparó de su mejilla. Fue un disparo al alma, de tanta tristeza que se respiraba ya en el ambiente. Sin saber que hacer, si dejarla o conservarla, volvió a mirar la cueva. A veces respiraba angustia, la misma a la que el hombre fue consumido, a veces, respiraba miedo, por aquellas sombras que, misteriosamente, Lucas pudo interpretar. ¿Acaso Lucas si tenía un don? Las leía a la perfección, entendió la secuencia, a pesar de que se mostraban desordenadas y dudosas.

                    Antes de poner un pie de regreso, una minúscula rata apareció, como por arte de magia.

- Hola- susurró el pequeño. La rata secó su lágrima. Asintió y, entendiendo su referencia, enseguida el pequeño guardó la carta. La dobló delicadamente y la puso en el bolsillo de su chaqueta marrón. El pequeño animalito se sentó sobre su hombro izquierdo. Ambos salieron de allí, dirigiéndose a su habitación.

Hasta Nuestro Último DíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora