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La ira era una emoción que Giyuu sintió infinidad de veces, pero que jamás supo afrontar. Cuando murió Tsutako, cayó en una profunda depresión; pero al ser tan pequeño su ira no fue tan grande como su miedo y tristeza. Con Sabito, se hizo notoria; la frustración, el dolor y la angustia fueron tales que ahí fue cuando cambió por completo su personalidad alegre y dulce, transformándose en el hombre serio y frío que es ahora. Creyó tener la oportunidad de ser feliz con Kyojuro, aquel hombre maravilloso que le había dado un motivo para ser feliz, y quien se había vuelto una luz de esperanza en un mundo donde eso, se acabó. Pero no, nuevamente, es como si la vida quisiera que fuera infeliz.

Se sentía más cansado de lo usual. ¿Cansado de qué? De absolutamente todo. Cansado de que Kocho le recordara que todos lo odian; cansado de que Sanemi y Obanai se encargaran de hacerle la vida imposible; cansado de sobrellevar consigo mismo; cansado de vivir.

Meses después, Tanjiro, Nezuko, Zenitsu e Inosuke fueron con el pilar del sonido, Uzui Tengen al distrito rojo. Y ahora que ese grupito se iba, la soledad le pegaba mucho más fuerte.

Al no saber expresar sus emociones, al igual que Shinobu, las reprimió; en especial la de la tristeza. Por ende, sentía que estaba más sensible de lo normal; que si le decían lo más mínimo reaccionaría de manera agresiva e irrascible.

Caminó rápido por el bosque refunfuñando, con la mirada fija en el suelo y el ceño fruncido.

Era un mal momento para que Sanemi tuviera el atrevimiento de molestarlo. Por desgracia, así fue. El de cabello blanco descansaba como de costumbre sobre la rama de un árbol, cuando divisó al azabache caminar con una expresión seria y con su ceño fruncido. Quiso divertirse, y utilizando su gran velocidad, logró bajar y lograr posicionarse frente a él, dándole un ligero sobresalto.

Giyuu puso en blanco los ojos, esperando sin ninguna gana lo que tuviera que decirle.

—Qué desgracia, otra vez saliste; es horrible tener que verte a diario.

—Si me ves tan seguido es porque eres quien me busca — contestó de manera fría, bajando la cabeza.

Shinazugawa entre cerró los ojos, cruzándose de brazos; manteniendo un semblante que trataba de verse imponente.

—No te creas importante, eres mi pequeño juguete con el que puedo divertirme cuando no tengo nada que hacer; y, agradece que no eres un demonio, porque sino sería infinitamente peor.

Giyuu prefirió ignorarlo. Pasando por al lado suyo sin hablarle en absoluto. Un acto que sabía que lo molestaría. Sanemi chasqueó la lengua, tomando con fuerza y sin ningún tipo de cuidado el brazo de Giyuu, obligándolo a que se detuviera, se volteara y lo viera a los ojos.

—¿Quién te has creído para ignorarme? — cuestionó, haciendo más fuerte su agarre, al punto de que Giyuu se tuvo que morder el labio inferior interno para evitar quejarse.

Giyuu recordó las palabras que le dedicó Kyojuro antes de partir: 

"Recuerda que nadie tiene el derecho de tratarte mal. "

Si Kyojuro estuviese ahí hubiera enfrentado a Sanemi y protegido a Giyuu como si fuera la gema más preciosa existente. 

—¿Y quién te has creído tú para tratarme así? — pese a que Shinazugawa tenía una gran fuerza, Giyuu no se quedaba atrás, logrando safarse de su agarre en un movimiento brusco.

En cuanto Giyuu quiso volver a emprender camino, Sanemi le trató de tomar otra vez del brazo.

Estaba harto, no deseaba soportar a Sanemi. Y de entre tanto sentimiento guardado, como una forma de venganza se giró; dándole una cachetada tan fuerte que su mano quedó marcada en la mejilla del de cabello blanco.

—¡Detente, hombre! ¡¿No te das cuenta que pareces un maldito perro con rabia?! ¡Eres enfermizo! — vociferó —. ¡Yo no soy un juguete al que puedes joder cuando se te dé la gana! ¡Déjame en paz! — concluyó, dándose la vuelta y ahora sí yéndose definitivamente.

Sanemi quedó estupefacto. No se movió, ni siquiera pestañeó. Al poco tiempo, llegó a la única conclusión de que la próxima vez que viera a Giyuu, este sería hombre muerto.

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—¿En serio dejaste que te golpeara? — cuestionó Obanai, con una expresión que denotaba su sorpresa ante lo que le contaba su amigo.

Sanemi asintió con vergüenza. Se sentía tan humillado que le costó demasiado poder ver a los ojos a Obanai, y solamente le pudo contar lo que pasó cuando este comenzó a presionarlo para hablar, pues lo vio callado y cabizbajo.

—Me tomó por sorpresa. Si lo hubiese anticipado, él estaría muerto.

—Como sea. ¿Qué planeas hacer ahora? ¿Irás a enfrentarlo?

—Ahora no, pero te aseguro que lo que le haré le hará arrepentirse de levantarme la mano.

El azabache lo observó en silencio, notando la determinación en sus ojos. No pudo evitar preocuparse de verlo así; desde las últimas semanas había estado sintiendo distinto a Sanemi, que no dejaba de hablar pestes de Giyuu en casi todo el tiempo en el que estaban juntos. Giyuu no era santo de su devoción en absoluto, sin embargo, temía que Sanemi pudiera estar generando una obsesión insana con él, y eso no podía llevar a nada bueno.

Se levantaron de donde estaban, despidiéndose y cada uno yendo por su lado. Sanemi fue a caminar por el bosque para distraerse, mientras que Obanai fue a ver si tenía suerte de encontrar a Mitsuri.

Caminó hasta llegar cerca de unas bancas donde la de cabellos bicolores solía comer. Divisó que yacía hablando con Giyuu, en una conversación acalorada en la que Mitsuri trataba de hablarle pero él no se lo permitía. Se escondió detrás de un árbol, agudizando el oído.

—¡Por favor, Tomioka-san, esto no te hace bien! — decía la chica al borde de las lágrimas. Le tomó del haori, tratando de que se girara a verla.

—¡¿Qué sabes tú lo que me hace bien o mal?! ¡Ya te lo dije, me niego a aceptarlo! — alejó la mano de Mitsuri de un manotazo, haciendo que ahora sí comenzara a llorar.

Se alejó apresuradamente, ofuscado a más no poder. Iguro no pudo contenerse de salir de detrás del árbol, para ir a contener a Mitsuri y tratar de saber el contexto de lo recién ocurrido. Al verlo, lo abrazó con tanta fuerza que logró ruborizarlo.

—¡No sabes lo triste que estoy! — exclamaba —, ¡Es una lástima! ¡Una verdadera lástima! ¡Tomioka-san nunca volverá a ser el mismo! — lloraba en su hombro, en un océano incontrolable de lágrimas que empaparon la ropa ajena.

Obanai le dio palmadas reconfortantes en la espalda, permitiéndole llorar todo lo que necesitara. 

Cuando Mitsuri estuvo más calmada, le preguntó lo que ocurrió; y con pesar, la joven relató que trató de hablar con Giyuu sobre Kyojuro, queriendo darle el pésame por la muerte de su amado. Pero su reacción fue completamente errática, tanto así que cualquiera que conociera a Giyuu creería que ese no es él, que era una persona ajena al calmado y serio Giyuu.

—Tengo mucho miedo. Tomioka-san está negando por completo la muerte de Rengoku-san.

Iguro comprendió que Giyuu estaba pasando por una etapa de duelo, en la que ahora mismo dedujo que se encontraba en la negación.

—¡Yo sé que la muerte de Rengoku-san nos ha afectado a todos, a mí todavía me sigue doliendo! — decía vociferando, sorbiéndose la mucosidad de la nariz —. ¡Pero el amor tan puro y sincero de ellos no lo había visto nunca! ¡y por eso es tan triste por lo que está pasando Tomioka-san! 

Volvió a abrazarlo, volviendo a llorar con la misma intensidad de antes. Iguro estaba con sentimientos encontrados. Sentía demasiada pena por Giyuu; una pena que jamás creyó sentir por él; pero por otro lado, estaba reacio a creer que todo aquello; que todos los sentimientos del pilar del agua fueran reales, sobre todo por lo que Sanemi le había metido en la cabeza. 

Al ver a su preciada Mitsuri tan afectada, supo que tenía que intervenir. 


Todos te odian, Tomioka. En especial yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora