14

2.6K 255 18
                                    

Se sentía bien estar devuelta. Estaba feliz de  que pronto vería nuevamente al grupo de Tanjiro, unas de las pocas personas que hacen que siga con vida. Su rostro de facciones delicadas se mantuvo con su habitual expresión de seriedad, pero por dentro estaba feliz; o al menos dentro de lo que podía.

No hay un solo día en el que la vergüenza y el arrepentimiento no sean agobiantes. Por más que trató de hacer caso omiso a las emociones que lo golpeaban, le fue imposible siquiera tener contacto visual con Sanemi. Ya no es sólo una vergüenza de haber sido visto múltiples veces en  momentos de vulnerabilidad, sino que, lleva cargando con una enorme culpa.

Cuando llegó el momento de regresar de la misión, se armó de valor para hablarle a su compañero.

Fue una de las conversaciones más raras que han tenido.

Con nerviosismo y una inseguridad creciente tan intensa que la sangre palpitaba en sus oídos, haciéndolo sentir mareado. Pero pudo plantear su idea. Por un tiempo se mantendrían alejados para que cada uno pueda trabajar en sus propios asuntos luego de tantas complicaciones que habían deteriorado severamente la estabilidad mental y emocional de los dos.

Sonaba bien. Pero no sería algo que el de cabello blanco acataría tan fácil.

No es como que fuera una especie de seguidor escalofriante... No ahora, no cuando sus sentimientos son genuinos y de a poco se va acostumbrando a ellos.

Necesitaba despejar su mente. Giyuu también. Este último caminó despacio y en silencio hasta una parte apartada de un bosque donde allí había un lago. Su lugar seguro.

No tenía que preocuparse por la caída de la noche, quedaba mucho para eso.

Manteniendo la mirada fija en el frente, tan sumido en sus pensamientos que ignoraba todo su entorno, avanzó hacia la orilla del lago, poniéndose de cuclillas para con sus dedos jugar con el agua.

Algunas veces, cada que veía el agua, se cuestionaba cómo es que podía poseerla, utilizarla. El agua clara es hermosa, pero cada que ve su reflejo en ella preferiría sacarse los ojos antes de seguir viéndose.

Se sobresaltó al oír un saludo a su lado. Giró su cabeza hacia el dueño de aquella voz que conocía mejor que nadie. Bajó la cabeza, ocultando su rostro entre sus manos.

—Esto es ridículo — murmuró.

—¿Por qué?

—¿Puedes no seguirme todo el tiempo?

—¡No! — respondió sin demora alguna —. O sea, no te sigo. El lugar es pequeño ¿sabes?

—Es un bosque — sus ojos seguían fijos en el agua, no viendo su reflejo realmente; como si estuviese viendo a la nada —. Es enorme.

Escuchó el bufido que soltó el otro. Una parte de sí se sintió aliviada de oír ese gesto de fastidio. En el último tiempo lo había visto más callado y reservado, lo cual es ridículamente extraño en alguien de carácter tan fuerte y naturalmente sociable que no podía mantenerse callado ni por un segundo.

—De verdad que no te seguí — llevó una mano a su cabello blanco en un intento de distraerse —. Quería estar solo.

—Yo también.

Silencio. Un silencio incómodo que detestaban. Sanemi movía la pierna con nerviosismo, jugando con el agua frente a sí de una manera demasiado ruidosa.

—¿Cómo estás? — la pregunta hizo que levantara la mirada, viéndolo de reojo con actitud tímida —. ¿Cómo lo has sobrellevado?

Una calidez se instaló en su pecho. Él estaba tan atento y preocupado por su bienestar a pesar de las cosas malas. Sigue ahí, no se ha ido, y por primera vez no logra compararlo con Kyojuro. Está viendo, oyendo y apreciando a la persona que es y no a la que quería que fuera.

—Estoy vivo.

—Sí, no te creo — respondió con sarcasmo, poniendo en blanco los ojos. Giyuu no se sintió ofendido, más bien se contuvo para no reír.

—Estoy bien, gracias — estaba tentado a sonreír. Estaba. —. ¿Y tú?

—Yo siempre estaré bien — se encogió de hombros, dejando denotar cierta arrogancia en su voz y postura —. No importa lo que suceda, siempre me recuperaré.

Se quedó analizando esas palabras boquiabierto. Desde que lo conoce admiró su seguridad al hacer las cosas y su confianza al hablar, llegando a ser un líder natural al nivel de muchos otros de sus compañeros.

Pero él es único.

—Quisiera ser como tú.

Pasaron unos segundos antes de obtener una respuesta. Sanemi se quedó analizando lo que escuchó, suavizando su expresión.

—No, no quieres.

—Sí, si quiero.

—Que no — apretó los labios manteniendo su ceño fruncido —. Quieres parecerte en algunas cosas a mí, pero no quieres ser yo —  levantó la cabeza con la esperanza de poder encontrarse con los ojos azules del chico. Esos preciosos orbes que cada día estaban más opacos, más vacíos.

Ninguna respuesta. Giyuu mantenía la cabeza agachada, evitando a toda costa el contacto visual. 

—¿Puedo pedirte algo?

El azabache se maldijo internamente.

—Quizás.

—¿Sí o no? — preguntó impaciente.

Reprimió una risa, asintiendo con la cabeza. Tuvo que esperar un poco antes de se hiciese la petición.

—Quiero verte sonreír.

La confusión en su rostro fue tal que Sanemi no pudo evitar reír. Su ceño se frunció e hizo una mueca haciendo que se evidenciaran algunas arrugas leves en sus mejillas.

—Creo... que ya me has visto sonreír.

—No. — mintió.

—¿Por qué querrías eso?

—Simple. Las personas que menos sonríen tienen las sonrisas más hermosas, dignas de admirar.

Levantó las cejas siendo escéptico, no podía estar hablando con el mismo hombre que gritaba la mayor parte del tiempo e incapaz de decir palabras dulces o profundas. O eso creía.

—¿Desde cuándo eres tan... poeta?

—¡¿Qué?! ¿Cómo voy a ser poeta? — se cruzó de brazos —. No soy una bestia, Giyuu, también leo.

—Entonces sí es poesía.

—Jódete — escuchó la risa que nuevamente fue reprimida. Una risa suave que deseaba oír con más regularidad. Soltó un suspiro, levantándose de donde estaba —. ¿Cumplirás mi petición? — le tendió la mano para indicarle que se levantara.

Se atrevió a levantar la cabeza para encontrarse con los ojos ajenos que no contenían ninguna dureza. Era admiración, como si viera una obra de arte.

—Tal vez.

Todos te odian, Tomioka. En especial yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora