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Indefinidamente. Indefinidamente tendrían que estar en el hostal hasta que la lluvia parara y los senderos que ahora estaban inundados volvieran a estar accesibles.

Giyuu estuvo muriendo de culpa por la manera en la que trató a Sanemi. Aceptó que había sido muy cruel, y para nada se justificaba. No pudo verlo en tres días enteros, llegando a tal punto de que cuando él salía, Giyuu se escondía, teniendo que estar alerta de su rutina.

Sanemi estaba destrozado. Perfectamente pudo gritar, enojarse, romper todo lo que estuviera a su paso y tratar mal a cualquier inocente que se le cruzara. En lugar de eso, se encerró en la habitación que le dieron, saliendo únicamente cuando tenía hambre o cuando debía ir al baño. Se sentía como el ser humano más patético del mundo. Culpó y despreció a Giyuu, pero después comprendió perfectamente lo que sintió, y en ese momento, como nunca, comprendió el daño que le ocasionó. Ahora sólo podía culparse y maldecirse por haberse adelantado tanto en su declaración.

Estaba sentado frente a la ventana, contemplando la neblina que había y lo húmedo que se veía. Escuchó unos golpes en la puerta. Soltó un suave: pase, y la puerta fue abierta, dejando ver la figura que menos esperaba, la de Giyuu, que yacía tímido y cabizbajo.

—¿Podemos hablar? — preguntó, humedeciéndose los labios.

Sanemi le asintió con la cabeza, anonadado por su visita. Giyuu entró a la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Se acercó hasta él, sentándose a su lado, manteniendo una postura recta y tensa.

—Quería disculparme por lo que pasó — comenzó a hablar. Se detuvo esperando alguna reacción agresiva o molesta del contrario, mas no recibió nada que no fuera su mirada atenta y su semblante tranquilo —. Fui demasiado cruel contigo.

—No sabría decir si cruel; me parece que fuiste humano — ladeó la cabeza, apoyando la misma contra la ventana —. Nunca te había visto estar enojado, triste, ni verte desesperado por acumular tantas cosas. En ese sentido me recuerdas a Kocho; ambos igual de hermosos pero igual de tristes y frustrados.

—Lo siento.

A eso no recibió respuesta. Sanemi se levantó de donde estaba, yendo hasta un escritorio en el cual guardaba un sobre. En cuanto tuvo el sobre, volvió donde Giyuu.

—No tengo ningún derecho de pedirte algo, pero aunque sea, si es que así lo quieres, puedes leer esto — le tomó la mano con delicadeza, poniendo el sobre en la misma —. Ojalá una carta pudiera reparar todo lo que he hecho. De ahora en adelante eres tú quien decide qué pasará; incluso si eso significa que no quieras saber de mí nunca más.

🦋

Daba vueltas por todo el terreno sin importarle el ambiente húmedo, ni el frío, ni la posible lluvia que caería. Dudó bastante en abrir el sobre y leer aquella carta, pues tenía miedo de salir herido o saber algo desagradable. Se armó de valor, comenzando a leer.

No es mi intención justificarme ni tratar de mostrarme como una víctima. Sin embargo, quisiera que supieras las cosas desde mi punto de vista.
Desde que me convertí en pilar, estuve enamorado de Kanae Kocho (de ahí que le tenga tanta estima y respeto a su hermana), pero jamás supe cómo decirle lo que sentía, y para cuando ya me había animado a hacerlo, falleció, lo que hizo que me sintiera miserable y queriendo negar de volver a sentir cualquier cosa por alguien incluso sin ser necesariamente algo amoroso; por eso que ni siquiera he podido llevarme bien con mi hermano.
No sé por qué, ni cómo ni cuando, pero me comenzaste a gustar. Más bien, me atraías bastante. Llegó un punto que con Iguro hablábamos tan mal de ti, que comencé a ver esos defectos tuyos como cosas hermosas. Si hablábamos de tu apariencia, para mí se volvía cada más imposible negar que eras y sigues siendo uno de los hombres más hermosos que puede existir; o si hablábamos de tu trabajo como pilar, no podía oponerme a aplaudir tus habilidades, tu fuerza e inteligencia. De tantas cosas malas que decía de ti, terminé pensándote cuando estaba solo, y lo que creí que era repudio y asco terminó siendo admiración, atracción e incluso me atrevo a decir que deseo.
Me negaba a aceptar que me había enamorado de un hombre. Pensé en todo el rechazo y odio que recibiría de los demás, (incluidos los demás pilares) que se me metió en la cabeza la idea de tratarte mal, como la peor basura que podría existir para tratar de eliminar ese sentimiento.
Quedé como un verdadero estúpido cuando comenzaste a salir con Kyojuro. A ninguno de los dos les importó lo que podían decir los demás; y tú, te veías tan feliz y brillante, y él no dejaba de presumir lo enamorado que estaba y lo afortunado que era de tenerte. Sí, estuve hirviendo de celos, y nuevamente, por no saber cómo expresar mis emociones, como un animal comencé a tratarte peor, pero sin duda a decirte cosas que sé que todavía te tienen marcado. Siempre me voy a arrepentir de lo que te dije cuando perdiste a Kyojuro; lo hice al instante, me sigo culpando por eso que cuando me diste aquella cachetada sentí que era poco.

Lamento haberle hecho tanto daño a una persona tan preciosa como tú. Sé que todo lo que me dijiste esa noche fue sincero, y lo mínimo que me merecía, así que por favor no me pidas disculpas. Entenderé si me odias, si me dejas de hablar o comienzas a hablar mal de mí; todo lo que decidas lo respetaré.

Jamás he amado a alguien tanto como a ti, pero sé que mi forma de amar no es la correcta.

La carta finalizó ahí. Estaba escrito con una letra ordenada que resultaba irónica con la personalidad de Shinazugawa. Lo que decía le terminó dejando más confundido de lo que estaba, y con una mayor frustración de la que hacía mucho que no sentía. Arrugó la carta, guardándola en el bolsillo de su pantalón.

Caminó deprisa devuelta al edificio, yendo directamente en busca de Sanemi. No lo encontró ni en el comedor, ni en la biblioteca, pero sí en su habitación a la cuál entró sin siquiera tocar.

—¡Dios, Giyuu! — exclamó sobresaltado. Estaba distraído viendo el clima a través de su ventana que cuando el azabache entró de golpe le hizo tener un gran susto —. ¿Qué pasa?

Giyuu cerró la puerta. Sanemi se levantó, esperando confundido lo que fuera a decirle. El de cabello oscuro se acercó deprisa a él, dándole una fuerte y sonora cachetada que le dejó la mejilla roja al instante. Desesperado y angustiado le tomó de la ropa, acercando su rostro al de él para poder decirle las cosas que deseaba.

—Eres estúpido, tonto e imbécil. ¡Si querías acercarte a mí habían mil maneras pero escogiste la peor de todas! — le soltó, empujándolo con fuerza —. Tú no estás enamorado de mí, estás buscando lo que no pudiste tener con la hermana de Kocho.

—No es verdad — dijo de inmediato —, sus personalidades son completamente opuestas, ¿cómo podría buscar en ti lo que no pude con ella? Te soy sincero cuando digo que me gustas, ¿por qué no puedes creerme?

—¿Cómo puedo creerte después de todo lo que has hecho? — se llevó las manos a su cabello, jalando de él como un modo de distracción y de control —. ¿Creíste que con tu carta cambiaría de opinión? Sólo me dejaste en claro que te importaba más lo que dijeran los demás que siquiera hacer el intento de acercarte a mí, por eso Kyojuro siempre fue mejor y más inteligente. 

Tras decir eso, se dio la vuelta, saliendo de la habitación con intención de ir a la suya. Sanemi estaba desconcertado. Ante todo, se dijo que debía estar tranquilo, que por ahora Giyuu estaría ofuscado a mas no poder, pero que tarde o temprano llegaría el momento en el que podrían conversar calmadamente.

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PD: Como ya han de saber, Kimetsu no yaiba está ambientada en una época y en un país donde todavía seguía habiendo mucha discriminación, así que es entendible que por el contexto histórico Sanemi haya tenido tanto conflicto interno.

Todos te odian, Tomioka. En especial yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora