CAPÍTULO XXXII

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Dash.

―¿Estás seguro de que te encargaste de ellos?―preguntó el árabe quien analizaba con detalle cada foto tachada que se había puesto en la pizarra.

Repasaba mentalmente cada una de las fotografías y asentía cada vez que recordaba que efectivamente ellos no podían estar involucrados.

Azahar  estaba de pie con su dedo índice apoyado en su labio inferior.

―Bueno ¿ Y qué pasó con los demás?, ellos si representan un peligro.

Suspiré. Recogí las mangas del buzo negro que llevaba puesto e inclinándome hacia adelante, estudié nuevamente aquellas imágenes. 

Había de todo: Desde mujeres, jóvenes o ancianos que no supieron tomar buenas decisiones en su vida.  

Prendí el último cigarro que quedaba en la cajetilla. Lo llevé a  mis labios humedecidos y lo encendí con  premura.

―¿ Otra vez, Dash?― volteó a verme Azahar―. Dios, este puto cuarto huele a nicotina, ya estoy mareado.

No me pudo importar menos sus quejidos. Le di una calada al cigarro y lo solté con lentitud, viendo como el cuarto se llenaba de humo al paso que lo iba expulsando.

El rodó los ojos y tocándose el puente de la nariz empezó a negar.

―No tengo hijos yo, para tener que aguantarte a ti.

Reprimí una sonrisa porque sabía que aunque su actitud fuera distante y fría la mayoría de veces el me quería. Tuvimos que enfrentar muchas situaciones  ambos y eso de alguna u otra forma creó un lazo fuerte.

Agradecía enormemente que el aún estuviera en mi vida.

―Tu me quieres― le di otra calada al cigarro y sonreí con mofa.

―En tus sueños.

Solté una risa y miré el reloj empolvado en la pared el cual marcaba las 2:30 de la madrugada.

―No tengo más mente la madrugada de hoy para seguir con esto―Azahar empezó a desabrochar su camisa blanca.

Me levanté del asiento y pude sentir de inmediato como mi espalda estaba resentida.

―Mañana iré a la comisaría―comentó.

Asentí, confiado en que mañana lograríamos solucionar lo de mi amigo.

Abrí la puerta para bajar a la primera planta cuando unos insistentes y desesperados golpes en la puerta de la entrada a la biblioteca hicieron que Azahar y yo nos miráramos consternados.

Apresurados bajamos las escaleras para saber quien tocaba con tanta exasperación. Cuando iba abrir la puerta, el Árabe me hizo una seña de que esperara, confundido observé como se perdía entre los anaqueles para volver con el arma, entonces el abrió la puerta de repente, y apuntando sin pudor, escuchamos los gritos horrorizados de las dos mujeres que yacían frente a nosotros.

Arienne y Lía se encontraban agitadas y sudadas, con su rostro pálido, quienes tenían sus manos arriba, esperando no ser asesinadas por el hombre imponente que apuntaba decidido.

―¿ Quien mierda son ustedes?― preguntó Azahar aun con el arma en dirección a ellas.

Enojado le arrebaté el arma a Azahar quien de inmediato protestó.

―¿Qué hacen aquí a esta hora?― ahora fui yo el que preguntaba enojado y preocupado por el estado en el que se encontraban.

Lía solo traía consigo una camiseta larga que portaba una monja muy tétrica si somos sinceros, con las mismas pantuflas que ya la había visto anteriormente. Arienne por otro lado tenía un diminuto short con una camisilla de tirantes y unas sandalias bastante incomodas.

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