El joven Pelinegro tenía la mirada perdida y los ojos vidriosos.
Jungwon se encontraba en la cocina, batiendo de mala gana los ingredientes en el tazón de vidrio.
Leche, harina, huevos.
¿A caso faltaba algo?
Del bolsillo de su vestido sacó el frasco de vidrio y vertió una buena cantidad de sustancia azul.
Terminó la masa de galletas con un poco de azúcar, pero también con mucho veneno.
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-¡Princesa! ¡llegué a casa!
Avisó el pelinegro en voz alta cerrando la puerta de entrada.
Jungwon salió de la cocina con una bandeja cubierta con un pañuelo.
-Me alegra que llegaras -murmuró, dejando la bandeja sobre la mesa.
Heeseung lo miró con sorpresa.
-¿De verdad?
El pequeño azabache asintió cabizbajo mientras volvía a la cocina.
El recién llegado sonrió y lo siguió.
-Traje la carne, ¿por qué no vas a darte un baño en lo que yo la preparo?
Jungwon asintió y se marchó del lugar, jugando con la botella que escondía en su bolsillo.
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La lluvia artificial caía desde lo alto, llevándose consigo todo rastro de tensión y suciedad junto con el agua tibia que descendía por su anatomía.
Pasó sus manos enjabonadas por cada rincón de su cuerpo, acariciando con especial cuidado las zonas amoratadas y flageladas.
El aroma a fresas dulces ya invadía el cuarto de baño cuando Jungwon terminó de ducharse. Secó su delicado cuerpo con una suave toalla y se envolvió en una bata de seda para volver a la habitación.
Sacó de su closet un lindo vestido color verde bebé y se lo colocó con cuidado; retocó su rostro con un fino maquillaje para la ocasión especial y se miró al espejo. Se veía tan precioso. En su cuello se colgó un lindo collar que el pelinegro le había obsequiado hace poco.