-Luz-

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La luz entraba, en un principio, de forma tímida por la rendija de tela. Y maldije para mis adentros, aún adormilada. No había pegado ojo en la mayor parte de la noche, y pese a ello, se me castigaba con un despertar prematuro. Gruñí, queriendo volver a coger el sueño, con bastante desesperación. Me dolía el cuerpo entero, incluidos los párpados que apenas conseguía mantener cerrados, gracias a la interrupción.

¿Quién hubiera dicho que acabaría en mitad de la nada, plantando una, más que vieja, tienda de campaña?

¿Quién hubiese pensado que la misión se podría llegar a torcer tanto, o mejor dicho, nuestro sentido de la orientación?

¿Quién, en su sano juicio, se creería que la habíamos compartido en plena tormenta? ¿Que... entre una cosa y la otra, pasó a ser un instante tan íntimo?

Desde luego, yo no.

Y supongo que el que hasta entonces era sólo mi compañero, tampoco.

Pero aquí lo importante era la luz. La dichosa luz que cada vez se clavaba más en mi rostro, obligándome a despertar.

De pronto, la tienda se impregnó de un intenso aroma a café. A zumo de naranja. Pan. Miel. Hierba fresca. También, de su grave tono de voz.

—¿Estás despierta? —preguntó.

No pude evitar esbozar una vaga sonrisa. El rezongar se convirtió en una imperiosa necesidad de abrir los ojos, mientras me desperezaba entre las finas sábanas blancas bien mezcladas con el enorme saco de dormir. La luz me cegó durante unos segundos. Pero ahí estaba él: ocupando la mitad de la entrada a la tienda, sentado, con el pecho al descubierto y el cabello blanco alborotado. Llevaba únicamente el pantalón vaquero oscuro porque su camisa negra la vestía yo, desabotonada.

Me miraba con una ternura desconocida hasta esa mañana. Sentí que el corazón se me hinchaba, que mis mejillas ardían al evocar su confesión nocturna; sus caricias.

Asentí con la cabeza, respondiendo a su pregunta. Y aquel silencio le bastó para devolverme la sonrisa. Para cohibirme.

—Hice un poco de todo —anunció, señalando el improvisado desayuno al pie de la tienda—. Supuse que tendrías hambre.

¡Diablos! ¿Cómo lo hacía?

¿Cómo diantres tornaba simples ingredientes del kit de supervivencia en aquel manjar para dioses?

Desvié la mirada, colocando un enmarañado mechón de pelo rubio tras la oreja.

—Gracias —logré articular.

Él se aclaró la garganta, dejando a un lado el desayuno para acercarse a mí, sorteando las mochilas; tocó suavemente mi mejilla. Reaccioné, con un estremecimiento.

—En cuanto termines, nos ponemos en marcha. No perderemos más el tiempo.

Y, por primera vez en mi organizada vida, ignoré a la razón.

—No te preocupes —murmuré, todavía en la nube. Puse una mano sobre la suya, entrelazando los dedos—, si llegamos tarde, nadie se enterará.

La luz nos bañó a ambos en el interior de la tienda, mientras nos besábamos por millonésima ocasión.

§ 

¡Hola! Antes de nada: un millón de gracias por seguir aquí, por leerme, dejarme estrellitas y todo lo demás. Me hace muy feliz ver las notificaciones a lo largo de mi mega atareada y reciente atareada vida, comprobar que aún estáis ahí ^^ Arigato~ Y bienvenida a toda la gente nueva que me está leyendo, gracias también a vosotros, espero que estéis disfrutando y mil perdones por tardar tanto en actualizar, en ofrecer contenido. Ojalá pudiera tener más tiempo, pero soy una mamá bastante ocupada, gomen! Je, je, je. 

Aquí volvéis a tener una dosis pequeñita SoMa que espero os guste. Sabéis que no dejo de escribir en mis escasos huecos libres, así que en cuanto me sea posible, lo comparto con vosotros. Me contáis qué os parece si os apetece, que me encanta leeros siempre. 

Mil gracias por vuestros comentarios, estrellitas, vuestra infinita paciencia, lealtad, confianza y el amor que dais cada cosa que escribo. Me animáis mucho. 

Matta ne!~

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