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Isaza dejó a Villamil alrededor de las ocho de la mañana

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Isaza dejó a Villamil alrededor de las ocho de la mañana. El vuelo y la conversación nocturna con el le habían agotado, en esos momentos no razonaba, Martín se había ido de sus pensamientos, al igual que Francia, se sentía como otra mañana más en el pueblo, podría decir que se había habituado a la rutina veraniega de nuevo.

Salió rápidamente dejando atrás el despertar del pueblo, el abrir de las tiendas, el sonido del campanario y de las conversaciones matutinas que comenzaban a inundar el lugar.

Durante ese momento meditó, sobre todo aquello que no es importante y aun así te hace sentir una fresca y libre felicidad; sobre los pájaros, las calles... Sobre aquellas tardes interminables antes de siquiera saber hablar correctamente en las que se iba con su madre a caminar por bogotá. Con unas inmensas ganas de llegar a casa camino más rápido, sintiéndose profundamente tranquilo. Nada de Martín, ni Silvana, ni Laura, solo él y el lugar.

Llegó suponiendo que todos estaban durmiendo entró en la casa por la puerta de atrás, corriendo, deslizándose por los pasillos como si fuera aún un niño.

Entró en el salón y se sentó frente al piano y acarició las teclas, como si ante un tacto demasiado fuerte pudieran quebrarse como el vidrio. Las notas comenzaron a sonar sin que él se diera cuenta.

Sus dedos bailaban en el vaivén de notas con cierta melancolía, su cuerpo curvándose ante cada trino, cada matiz, cada corchea, apretando las yemas de los dedos cuando llegaba a algún fortissimo, conteniendo la respiración cuando llegaba al clímax de la música. Se encontró a si mismo llorando sobre las teclas, con la cabeza apoyada sobre el atril y sus manos tirando de su pelo con tal fuerza que soltó un grito ahogado. 

Siempre lo negaría, pero en verdad acababa de tocar para Martín como si fuera la última persona de este mundo, o por lo menos la última que de verdad supiera apreciar sus obras, tocó para él "11 besos".

Secretamente deseando que en ese momento hubiera sentido algo, que hubiera pensado en él una ultima vez. Que le ardiera el pecho hasta el punto de tener que llorar, quería que le doliera, que le doliera hasta odiarse a sí mismo. Isaza le había dedicado su escritura favorita, por última vez, imaginándose por un momento que él le observaba sentado en el sillón con ese aire desinteresado pero a la vez profundamente conmovido, Isaza se había despedido. Se levantó de la banqueta y cerró el piano, limpiándose antes las lágrimas, intentando no mostrar signo de debilidad.

Le acababa de amar por última vez.

— Me encanto, creo es de tu mejor música. Aunque punto y aparte es difícil de superar.

Y notó como se le erizaba cada vello de su piel.

No pudo negar que su primera reacción fue de miedo ya que estaba absolutamente convencido de que era producto de su imaginación, que el amor había dado lugar a alguna obsesión.

— ¿M-arto? — Preguntó él, mientras se sorbía la nariz y se frotaba las mejillas.

Juan Pablo se acercó a él, quedando frente a frente. Vio sus ojos, la estúpida y carismática sonrisa posada en sus labios, sus hoyuelos mostrándose y sus manos... 

Sin anillo.

Sus ojos se aguaron conforme iba subiendo de nuevo la vista y comenzó a llorar, de nuevo.

"con un beso llego la calma, con un beso se fue el dolor..."

Y ahora volvía, después de haberlo destrozado.

Isaza le empujó, espetando cosas entre dientes, furioso como jamás lo había estado. Expulsando eso que había tragado durante meses, odiandole y amándole al mismo tiempo. Si en esos momentos hubiera podido, lo hubiera mandado de vuelta a Colombia.

Sin embargo Martín le abrazó y se rindió, se rindió ante él como siempre supo que haría, llorando en su hombro mientras apretaba su espalda, levantó la cabeza y la vista le sorprendió y conmovió por partes iguales.

Martín lloraba, quizá no tanto como Juan Pablo, pero lo hacía, el mayor notó sus lágrimas caer por su cuello y bajar por el pecho, ardiendo. Martín, aquella persona que él siempre había visto con fuerza de voluntad se había rendido.

Se había rendido ante él.

— Lo siento. — Murmuró el menor, acunando la cara de él entre sus manos, Isaza le miraba fijamente.— No puedo decirte cuanto-..

Y le besó, lentamente, colocando sus manos en su cintura, el menor enrollo sus piernas al rededor de la cintura del contrario, y el más alto profundizando el beso, disfrutando de Martín y sus labios y su olor, de él. De Martín, el amor de su vida.

Subieron, entre respiraciones agitadas y besos en el cuello por parte del más bajo. Entrando en su habitación, entre gemidos y jadeos y nuevos "te amo" que se convirtieron en promesas de amor, tan intimas como su propio romance fusionaron sus almas de nuevo, ambos en paz. Mejor que nunca.

Tras esto, ambos descansaron, sintiéndose como en casa.

Martín vio a sus ahora cuñadas, sentadas en la mesa del jardín, Susana abrazando por los hombros a Ángela.

— ¡Bienvenido a la familia!.

E Isaza supo, que a partir de ese momento todo iría bien.

A veces el destino actúa de formas extrañas, pero quienes estan destinados a estar juntos lograran estarlo, aunque pase mucho tiempo, aunque pasen por momentos complicados, aunque sientan que todo esta perdido... ellos debían estar juntos y lograron ser felices, y así, su historia vuelve a comenzar con un beso en Madrid 

 ellos debían estar juntos y lograron ser felices, y así, su historia vuelve a comenzar con un beso en Madrid 

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𝐔𝐍 𝐁𝐄𝐒𝐎 𝐄𝐍 𝐌𝐀𝐃𝐑𝐈𝐃:  ─── 𝙞𝙨𝙖𝙧𝙜𝙖𝙨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora