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Saco el labial que he guardado en mi casillero para emergencias

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Saco el labial que he guardado en mi casillero para emergencias. Tengo un kit completo de maquillaje para días como estos, cuando mi cama quiere dejarme atrapada entre las sábanas. He llegado a clase apenas a tiempo y es hasta ahora que puedo darle un poco de brillo a mis labios. De milagro he podido arreglar mi cabello antes de salir de casa, lo cual agradezco, esta rubia puede no andar maquillada siempre, pero jamás despeinada.

Noto las pequeñas bolsas que hay debajo de mis ojos en el pequeño espejo que hay en la puerta de mi casillero. , estas apenas se notan, pero, de todos modos, debo aplicarme un poco de corrector. Es que ni siquiera recuerdo la hora que llegué a mi casa. ¿Eran las tres de la madrugada? Tal vez las cuatro. De verdad no tenía ni idea, tengo que preguntarle a Ernesto. Porque puedo ser loca para ir un domingo a bailar, sabiendo que al otro día debo asistir a clases, pero no soy irresponsable; jamás conduciría con una gota de alcohol en mi sistema.

No se me puede olvidar darle las gracias por ir a buscarme anoche a la discoteca. Él siempre me dice que no tengo que hacerlo porque ese es su trabajo y que lo hace con gusto, pero despertarse en la madrugada no debe ser algo agradable, aunque sea por su trabajo. También debo recordarle que no les diga nada a mis padres; lo último que necesito es un regaño de su parte.

Prefiero llamar a Ernesto antes que a uno de mis padres, de hecho, prefiero pasar toda la noche vagando en la calle que avisarle a algunos de ellos. Porque al hacerlo solo le estaría dando una razón más a mi madre para discutir conmigo, y no necesito otra más; suficiente con las que tenemos. Además, aunque a muchos les sorprenda, confío más en Ernesto. Lo conozco a él y a Marta, el ama de llaves de mi casa, desde que tengo diez años. De hecho, creo que tengo más recuerdos felices junto a ellos, que junto a mis padres.

Dejo el labial a un lado y tomo el corrector, para colocarme un poco en esas incipientes ojeras. Después lo difumino un poco y desaparecen en su totalidad aquellas pequeñas bolsas, lo cual me da paz mental. Vuelvo a tomar el labial, para ahora sí poder usarlo.

De repente siento que alguien me toma del brazo y me hace caminar, apenas me da tiempo de cerrar mi casillero. Mis ojos notan que es una de mis mejores amigas la que me arrastra por el pasillo, haciéndome chocar más de una vez con los brazos de algunas personas. Unos cuantos "lo siento" salen de mi boca al hacerlo.

Mi mirada está en su cabellera negra, tiene el jodido cabello con más brillo que han visto estos humildes ojos. No me resisto porque sé la razón por la cual me lleva contra "mi voluntad". Ayer le escribí al chico que le gusta, le dije: "Ella quiere hablar contigo, por favor, llámala", lo cual era mentira. Siendo sincera, pensé que no lo haría, pero la actitud de la pelinegra me dice que sí lo hizo, ya que ni siquiera me dijo "hola". Eso significa que necesita gritarme y debe llevarme a un lugar más privado para hacerlo, porque hacer un escándalo en medio del pasillo delante de media población estudiantil, no es el estilo de Isabela; ese sería el mío. Ella es más reservada, tímida y tranquila.

Ella suelta mi brazo cuando llegamos al baño. La veo revisar los cubículos, me imagino que para confirmar que estamos del todo solas.

—¡Estás loca! —suelta ella, o más bien grita.

La excepciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora