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Me lanzo sobre mi cama al llegar a mi habitación

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Me lanzo sobre mi cama al llegar a mi habitación. Mi cuerpo está reclamando las horas que no dormí anoche, pero no puedo dormir ahora. Se supone que Isabela llegará a las seis para alistarnos juntas, para luego ir al bar. Hoy no tendré el tiempo para mi rutina completa de ejercicio, pero puedo hacer, aunque sea una hora, es mejor que nada.

Con la poca fuerza de voluntad que me queda, me levanto de la cama y me dispongo a colocarme la ropa para hacer ejercicio. Paso por la cocina en busca de una botella de agua y me dirijo al gimnasio que se había instalado en la parte del sótano de mi casa. Su instalación es una de las mejores cosas que se le ha podido ocurrido a mis padres. Creo que es mi segundo lugar favorito de esta casa, luego de la sala de cine.

Conecto mi celular con las bocinas del lugar, para poder colocar música. Para mí, ejercitarse sin poner música es una falta de respeto.

No sé cuánto tiempo ha pasado, cuando alguien apaga la música de repente. Aquello me hace detenerme de hacer abdominales, para fijarme que es Carmen.

—Caracol, ha llegado Isabela.

Sonrío por el apodo por el cual me ha llamado durante los últimos ocho años.

—La he llevado a la cocina, está comiendo unas galletas de chispas de chocolate que he hecho.

—Bien, voy enseguida.

Me coloco de pie y tomo la toalla para secar el sudor que escurre por mi frente y por mi cuello.

—Tú debes comerte alguna, ¿sí?

—No, ¿sabes cuántas calorías debe tener eso? Aproximadamente... —No me deja hablar.

—No me interesa, lo único que sé es que no has comido nada desde que llegaste de la escuela.

Su voz es firme y veo como cruza sus brazos sobre su pecho, simulando que está enojada, pero ambas sabemos que nunca ha podido enojarse conmigo. Tomo mi celular y me acerco a ella con una sonrisa sobre mis labios y dejo un beso en su mejilla.

—Es que me comí una ensalada de frutas en la escuela, estoy aún llena.

Ella suelta un suspiro sabiendo que es imposible hacerme comer algo que yo no quiera.

—Promete que comerás algo en la noche.

—Sí, lo prometo.

—Eso espero. Sube, yo recojo esto. —Señala lo poco que había movido.

Dejo otro beso en su mejilla, para después comenzar a subir las escaleras y así llegar con Isabela. Entro corriendo a la cocina y despeino un poco a Isabela, luego la tomo del brazo y la arrastro hasta mi habitación.

No puedo tomar el riesgo de que Carmen suba y me haga comer siquiera una galleta, las cuales deben contener como quinientas calorías o más. Además, la conozco, no se conformaría con una, sino con tres, que serían casi mil quinientas calorías, y no puedo permitir eso. No voy a tirar a la basura mi entrenamiento diario.

La excepciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora