Mateo Anderson
Siento el sudor recorrer por mi espalda, estoy a nada de terminar. Acelero mis movimientos para poder sentir aquella sensación tan liberadora. Suelto un suspiro al ver en mi reloj que lo he logrado: tres kilómetros. Una sonrisa leve se posa en mis labios.
Me detengo justo frente a mi casa y trato de recomponerme un poco mientras seco el sudor de mi rostro con la toalla que había cargado durante todo el trayecto sobre mis hombros. Sabía que iba a poder lograrlo. Apenas son las seis de la mañana y he corrido tres kilómetros, eso es un logro para mí.
Muevo mi mano en la cámara que hay en la entrada para que detecten el movimiento y me permitan entrar. El portal se abre, permitiéndome pasar. La brisa de la mañana golpea mi rostro y no dudo en tomar varias bocanadas del aire fresco que producen aquello pinos altos que decoran la entrada de la casa.
Me niego a entrar por la entrada principal de la casa. Es muy temprano para escuchar la voz de mi madre diciendo que no es necesario salir de la casa para ejercitarme. Sé a la perfección que hay un gimnasio con todo lo necesario aquí, el cual suelo usar algunas noches, pero por las mañanas prefiero una caminata larga o más bien una corrida. Así se empieza el día con el mejor ánimo.
Entro por la puerta trasera de la casa, donde se encuentra la cocina. Primero inspecciono que mi madre no esté, aunque es muy difícil encontrarla en esta área de la casa. Aprovecho que no hay nadie para tomar una botella de agua del refrigerador.
Nunca el agua sabe tan deliciosa como cuando tu cuerpo pide a gritos ser hidratado.
—Joven Anderson, a su madre no le agradaría verlo aquí.
Esa voz hace que el agua tome el camino equivocado, lo cual me hace toser, evitando que el agua siga yéndose por donde no debe. Me fijo que es una de las jóvenes que se encarga de la limpieza y el mantenimiento de la casa.
—Primero, no puedes aparecer así de la nada—digo mientras enumero con mis dedos—. Segundo, a mi madre no le agradan muchas cosas. —Le guiño un ojo—. Y tercero, tranquila, debe estar en su estudio.
El cual está al otro lado de la casa.
La joven asiente sin agregar nada.
—Pero ya me voy, solo por tu paz. —Tomo una manzana y luego salgo de la cocina.
Si fuera por mí, me hubiera encantado quedarme más tiempo en la cocina; es el único lugar que mi madre visita con menos frecuencia. Por lo tanto, desde pequeño ha sido mi lugar favorito de la casa.
No quiero que piensen que a mis veintitrés años me oculto de mi madre, porque no es así. Es solo que mi madre es una persona con opiniones fuertes, siempre trata de imponer sus ideas o principios en los demás. Por eso solemos chocar. Considero que cada uno puede tener su propio punto de vista, no todo es blanco o negro, también puede ser gris. Pero como ella tiene la capacidad de convencer a cualquiera de que su verdad es la única, no solemos tener conversaciones largas y profundas. No es que tenga el tiempo tampoco, ser parte de unos de los bufetes de abogados más prestigiosos del país no le deja mucho tiempo que digamos.
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La excepción
RomanceCarol Fernández tiene una sola regla, no tener más de tres citas con un chico. ¿Alguien podrá hacer que rompa esa regla? ¿Logrará que haga una excepción?