Me bajo del auto y subo mi cabeza para poder alcanzar a ver por completo el enorme edificio que se encuentra frente a mí.
—¿Un hotel? ¿Esa es tu asombrosa idea?
—No lo subestimes —lo escucho decir mientras se coloca a mi lado.
Enarco una ceja mirándolo.
—Vamos, Carolina, confía un poco.
Él toma una de mis manos, lo que causa que una corriente de energía recorra mi cuerpo. Esto hace que quiera soltarlo, pero no lo hago y me dejo guiar por él al interior del edificio. Había venido a este hotel solo una vez, el día de su apertura.
Al caminar por el lobby, me sorprende la cantidad de personas que hay aquí. Solo habían pasado unos meses desde que lo abrieron. Pero no debe sorprenderme, los Anderson manejan la cadena más grande del país. Hotel que abren, hotel que se llena de reservaciones.
Al acercarnos a un ascensor dorado, diferente a los otros que son plateados, veo a un hombre vestido por completo de negro frente a este. Mateo saca una tarjeta roja y eso es suficiente para que este se aparte. Las puertas se abren y nos introducimos en este.
—Qué eficiente es esa tarjeta —digo soltando su mano.
—Un poco. —Lo veo guardarla en su pantalón, luego de presionar el botón del ascensor—. Celeste tiene una también.
—Sí. —Ahora que lo menciona, en efecto mi mejor amiga también la tiene—. Te dejarían hacer lo que sea si la tienes, ¿no?
—Casi todo, hay algunas restricciones... —Lo interrumpo.
—Hasta para los dioses.
Suelta una leve carcajada que inunda el ascensor, la cual me hace sonreír.
—Sí, todos tenemos restricciones. —En un movimiento siento como mi espalda se apoya contra una de las paredes de este cuadrado de metal que seguía avanzando—. ¿Toda mi familia te parecen dioses? ¿O solo yo?
Siento una de sus manos apretar mi cintura, mientras la otra reposa al lado de mi cabeza. Su aliento a menta choca contra mi mejilla.
—Solo tú, pero en un cielo mediocre —bromeo.
Siento como sonríe contra mi oreja ante mi comentario.
—Para mí eres una diosa, pero en el cielo más sorprendente de todos. —Muerde el lóbulo de mi oreja, haciendo que toda mi piel se erice.
Sus labios comienzan a dejar cortos besos por mis mejillas hasta llegar a la comisura de mis labios. Ahí se separa de mí y me mira a los ojos; esos ojos grises están llenos de deseo. Él muerde su labio inferior. Esa simple acción es demasiado para mí. Lo tomo por el cuello para unir nuestros labios. Mis labios se mueven con desesperación sobre los suyos. No es un beso lento, sino uno intenso, lleno de necesidad. Él me deja guiar el beso y eso me encanta aún más.
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La excepción
RomanceCarol Fernández tiene una sola regla, no tener más de tres citas con un chico. ¿Alguien podrá hacer que rompa esa regla? ¿Logrará que haga una excepción?