¡Reunión familiar!

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Bostezo por milésima vez en media hora, no sé como no me caí de la moto cuando venía para acá. Coloco la patita y bajo, acomodándome la campera para ingresar al colegio, menos mal que es el último día antes del receso invernal.

Llegar de madrugada de un viaje, dormir tres horas y levantarte para salir, no es buena combinación. Pero debo cuidar mis faltas.

-¡Panterita! –giro mis ojos sabiendo quien es. –te estoy gritando hace media hora.

-No te escuché. –hablo enfrentándolo. -¿Qué pasa?

-Estuviste como media hora sobre la moto y no me escuchaste. –no entiendo cómo puede estar tan lúcido a las siete de la mañana, yo con suerte sé dónde estoy.

-¿Me estuviste mirando? Que acosador, Fausto. –niego y me giro para seguir mi camino.

-Espera, te tengo que dar algo. –me agarra del brazo girándome, miro su mano y levanto mi ceja. –perdón. –dice y me suelta. –te olvidaste tus auriculares en el auto.

Me los extiende y recién me acuerdo que tenía auriculares, los agarro para guardarlos en la mochila.

-Gracias. –le muestro una sonrisa, él asiente acercándose y deja un beso en mi mejilla para luego pasar de mí e ingresar a la escuela.

No es raro que haga eso, porque en estos meses aprendimos a convivir, ya que estamos en el mismo club, algunas veces coincidimos en fechas de partidos. Como el de esta semana, que mi papá no pudo ir a buscarme del centro deportivo y me trajo el papá de Fausto. Aunque eso no saca que siga siendo un pesado de mierda.

Entro por el gran portón y me dirijo al salón, hay gente dispersa por el pasillo, yo ni en pedo me quedo afuera, hace demasiado frío y está todo nublado.

-Hola. –saludo en medio de un bostezo a mi grupo, ya están todos.

-Hola. –dice Wawa, la única que contesta porque los demás también están como yo, dormidos. Me siento al lado de Valen que está muy entretenido con el celular. –ya te necesitaba, estos días sin vos fueron puro sufrimiento. –habla y me señala con un movimiento de cabeza al castaño.

-Ya estoy acá. –sonrío hacia ella, porque el boludito nada, ni un suspiro da, supongo que todavía está dormido o que se yo.

Suena el timbre y salimos a formar para ver como izan la bandera, mientras nos cagamos de frío, volvemos y el profesor de filosofía empieza a dictar y dictar.

Cinco horas más tarde salimos todos como hormigas apuradas del colegio, no era la única desesperada por salir parece.

Por fin casa, por fin vacaciones, por fin mi cama y frazadas bien abrigadas. La mañana pasó lenta, no pasaba nunca la hora, y el nublado nunca se fue.

Valentín también estuvo nublado, porque no me habló a mí ni a los chicos, en los recreos no sabemos dónde estaba porque a nosotros ni se acercó, y ninguno sabía el porqué de su actitud. Hasta la madrugada, conmigo estaba todo bien, sino no me hubiese contestado los mensajes. Pero bueno él sabrá que le pasa, si no me habla yo tampoco, seguro me deja en visto y no pienso perder la dignidad.

-¿Qué haces acá? –le pregunto a Bruno que está tirado en mi cama, tapado con sus frazadas. -¡Bruno!

-Deja de gritar que quiero dormir. –se tapa con mi almohada, pero se la saco. -¡Dennu! –abre sus ojos. –vienen los abuelos y mi habitación está lista para ellos. –se sienta acomodándose sus rulos. –tenemos una sola pieza de huésped y vienen los cuatro.

-Uy, me van a traer chocolates. –junto mis manos y él me mira asintiendo. –ahora salí, que yo también quiero dormir.

Hace lugar rodando hasta el otro extremo, me saco las zapatillas y la campera, y me tiro tapándome con mis frazadas. A los segundos siento como me patea la pierna, mide casi dos metros de alto, mi cama para él es chica, es el pibe más mal dormido de la Tierra, esta siesta va a ser una batalla campal de sus patadas contra las mías.

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Como lo predije, la siesta se basó en patadas y abrazos de mi hermano, él pensaba que el dolor se me iba a ir con un abrazo. Como mucho dormí hora y media, después con los gritos de mis abuelos y papás, decidí levantarme a buscar mis chocolates. Incluso vino mi tío, hermano más chico de papá, mi padrino, y me trajeron muchos, muchos chocolates.

Son como las siete de la tarde, ya van a empezar a preparar la cena, y como faltan cosas para el asado, me mandan a mí a comprar, al parecer tan consentida no soy.

-¡Con cuidado en la moto, amor! –escucho el grito de mi abuelo, Lolo y le hago una seña de todo bien. A él nunca le gustó este medio de transporte para mí.

Salgo por el portón, acomodo bien la moto y me estiro para cerrarlo, pero alguien se adelanta y lo hace por mí.

-Hola. –levanto mis cejas cuando lo veo ubicarse a mi costado.

-Hola.

-¿Vas a salir? –asiento, al parecer se le pasó la locura. –vengo más tarde entonces. –se da vuelta y a pasos lentos camina.

Muerdo mi labio, soy tan buena, pero al menos me habló él y no fui yo a buscarlo.

-Valentín. –hablo fuerte para que me escuche, automáticamente se gira. –vamos.

Vuelve sobre sus pasos y se sube atrás, vuelvo a arrancar para dirigirnos al super. En el camino no habló, ni de ida ni de vuelta, en el mercado tampoco, solo se dedicó a sostener el canasto con las cosas. Bien sumiso el nene.

-¿Y vos quien sos? –pregunta mi tío mirándolo al castaño, este abre grandes sus ojos y sus mejillas toman un color rosado. –¿Es mudo? –esta vez su pregunta va hacia mí.

-No, es porque estás ocupando su espacio personal. –lo tiro del brazo y me acomodo al lado de Valen.

-Yo soy Ignacio y juego rugby. –se cruza de brazo, yo giro mis ojos, quiere intimidarlo.

-Hola, soy Valentín. –dice en un tono claro, pero lo conozco y hasta por mi mamá siente vergüenza todavía.

-Ay, que bonito sos. –entra mi abuela a la cocina. –¡Lorena, tenemos nieto nuevo!

Y así es como inicia una reunión familiar para conocer al "nuevo nieto", Valentín es atosigado por el cariño de mis abuelas, la sobreprotección de mis abuelos y el metro noventa de mi tío. A todo esto, yo me rio, haciéndolo sufrir un poco por lo que hizo esta mañana.

-Basta familia. –lo salvo cuando su mirada pide a gritos que lo saque de ahí. –un poco de privacidad por favor. –lo agarro de la mano y lo tiro hasta ir a la habitación, cierro la puerta mientras lo veo sobar sus mejillas.

-No te rías, boluda, me duelen los cachetes de los apretones que me dieron tus abuelas.

-Parecemos locos, pero no lo somos. –levanta una ceja y vuelvo a reír. –solo trataban de intimidar, sobre todo los hombres.

-¿Todos hacen deportes? –asiento sentándome a su lado. –¿todos los hombres de tu familia son así de altos? –vuelvo a asentir y veo su temor en los ojos.

-Ahora pregunto yo. –me cruzo de brazos. –¿te pasó lo chinchudo?

-Vine para hablar de eso. –suelta un suspiro y levanto una ceja para que siga hablando. –perdón, no quise hacerte sentir mal, es que vi como estabas hablando muy sonriente con Fausto, hasta te dio un beso. –se rasca la nuca y me mira fijamente. –me puse celoso.

-Me sentí un toque mal porque no sabía si te habías enojado conmigo o que. –empiezo a hablar. –Fausto me devolvió algo que dejé en el auto de su papá, sabías que me trajeron a casa, y el beso fue de mejilla, Valentín. –giro mis ojos y sonrío divertida.

-Ya sé, lo vi, pero soy un boludo. –asiento y agarra mi mano. –e-es la primera vez que me siento así, son sensaciones que no puedo explicar. –agarra mi mano dando caricias. –me gustas muchísimo.

-Vos también me gustas, de eso tenés que estar seguro, nadie más que vos. –digo tratando de no trabarme por lo que dijo anteriormente.

-Ya te lo dije soy un boludo. –sonrío y él saca una cajita del bolsillo. –te traje esto. –me extiende y veo que en la cajita hay una rosa de chocolate.

-Ternurita. –agarro y lo abrazo dejando besos en su cara. –así te perdono cualquier cosa.

-Quiero que seas mi novia.

JUGANDO A AMARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora