CAPITULO 15: CLAUDIA

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Rambo gruñe y está a punto de ladrar pero le agarras el hocico justo a tiempo y le dices con la mirada que no es el momento

Permaneces callado... Mantienes la mirada fija en la puerta sin abrir la boca.

-Abre, por favor -dice una voz masculina-. Somos tus vecinos del tercero, Luis y Claudia.

Silencio.

-Necesitamos tu ayuda.

Al abrir la puerta te encuentras con dos seres famélicos. Puedes ver las siluetas de sus huesos debajo de la ropa.

-Gracias -dice el hombre mientras se apoya en el marco de la puerta.

La niña mantiene la mirada fija y aprieta la mano de su padre. No parece tener más de seis años. Su cabello rubio ha adoptado un tono oscuro debido a la falta de higiene.

Enseguida bombardeas al hombre con preguntas: <<¿qué les había sucedido?>>, <<¿por qué se encontraban en tal estado?>>...

Él alza su mano y vuelve a apoyarla en el marco de la puerta.

-Hemos estado en el piso de un vecino todo este tiempo, el 4.ºB -su voz es un suspiro -. Antes de marcharse, Julio me dejó las llaves. Cuando mordieron a mi hijo, mi esposa insistió en quedarse con él. Le dije que era un suicidio... pero ella no quiso escucharme, y yo tenía que mantener a mi hija a salvo.

>>Los primeros días, después de habernos mudado, me cercioraba de que Claudia estaba segura en nuestro nuevo hogar y luego los visitaba. Le daba de beber al perro y alimentaba a mi esposa, quien ya prácticamente ni me reconocía. Su mente jamás pudo procesar la infección de nuestro pequeño.

Con lo poco que comía, llego el momento en el que ya no tuve las fuerzas para bajar al tercero. Subsistimos a base de los alimentos no perecederos que había en la casa. Hace dos días que no como sin embargo. Las últimas galletas que de casualidad encontré se las he dado a Claudia.

Pensé que íbamos a morir allí. Pero entonces te oí a ti, yendo a nuestra casa y lidiando con el monstruo en el que se había convertido mi hijo. También escuché cómo llevabas al perro. Supe entonces que tú serías la única opción para Claudia.

-¿Su única opción?

-Subir las escaleras ha sido un esfuerzo -la mano en el merco tiembla sin cesar -. No puedo más, necesito cerrar los ojos. Pero Claudia; ella sí puede sobrevivir. Necesito que te hagas cargo de mi hija.

-¿Yo? -la niña sigue sin inmutarse-. Seguramente habrá alguien en la comunidad que pueda...

-¿No lo sabes? -te interrumpe y ves como sus rodillas comienzan a doblarse bajo su peso.

El hombre se desploma en el suelo. Los ojos verdes de la niña se disparan hacia su padre pero su expresión sigue siendo un gran vacío. Te arrodillas a su lado y ves como los ojos del hombre se cierran de a poco y, con estos, una última exhalación abandona sus pulmones y escapa entre sus labios. Tus dedos frenéticos buscan en su cuello, en su muñeca, en algún lugar... pero no encuentras pulso alguno. Y allí continúa la niña, aferrándose ahora a una mano imaginaria.

Un ladrido hace que voltee la cabeza para encontrarte a Rambo corriendo en dirección a Claudia. Le debe de haber reconocido ya que, despolvando el salón con la cola, se detiene frente a ella y le lame la cara. Las mejillas de Claudia se empapan, sus párpados caen rendidos y la pequeña comienza a desplomarse hacia adelante.

La agarras antes de que llegue al suelo y la abrazas... la abrazas como nunca habías abrazado a nadie en toda tu vida.

UNAS HORAS MÁS TARDE...

Has arrastrado el cuerpo del padre hasta las escaleras. Su cadáver era terroríficamente liviano para un hombre de su edad. Sabes que no puedes dejarlo allí, pero hay asuntos concernientes al mundo de los vivos que has de atender primero.

Claudia duerme ahora acurrucada junto a Rambo en el sofá. Has intentado darle algo de comer pero nada parece poder despertarla... lo cual, teniendo en cuenta las circunstancias, te parece lo mejor. La figura de la niña en el sofá acapara todos tus sentidos y no te atreves a moverte por miedo a disturbarla. <<Annie... ¿qué pensarías tú de Claudia?>>.

La pequeña estornuda entonces interrumpiendo tus cavilaciones. Una sonrisa comienza a asomar en tus labios. Claudia se acomoda en el sofá mientras Rambo se rasca una oreja y tú coges una esponja del baño y la humedeces.

Esponja en mano, arrimas una silla al sofá sin hacer ruido y te dispones a limpiar su rostro. Posas la esponja con delicadeza sobre su frente y, haciendo un poco de presión, recorres sus sienes, pómulos, nariz, ojos, orejas, boca, barbilla y cuello. Una vez das la tarea por terminada, contemplas por primera vez la tez de su piel: del mismo color que la arena.

Sus brazos y piernas no son fieles a tan bello color, por lo que te dispones a remediarlo. Primero un brazo, luego otro, la pierna izquierda y por último la derecha. Antes de ponerte de pie le acomodas su vestido azul -el cual te recuerda a Alicia en el país de las maravillas-. Permaneces unos segundos allí semiagachado.

Tus ojos se enamoran de su rostros y le das un beso en la frente, tus labios acarician su frente durante un segundo. La expresión de la niña no ha cambiado pero tú regresas al baño con el rostro transformado.

UNOS MINUTOS MAS TARDE




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