Parte 3

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Ava escuchó que las ramas del árbol se movían. Sin pensarlo dos veces, apuntó en dirección del sonido. Nuevos ruidos emanaron de diferentes partes del árbol, así como de los matorrales de alrededor de la carretera. Entonces señaló en todas direcciones, pero no disparó pues no vio nada.

Finalmente, de entre la maleza, empezaron a aparecer hombres armados que le apuntaban con rifles, escopetas y pistolas. La rodearon. Sin embargo, Ava no bajó la guardia; siguió apuntando mientras perlas de sudor escurrían por su frente.

Los hombres se acercaron dejando ver sus rostros duros y su piel curtida, todos indígenas navajos que evidentemente no tenían la intención de dejarla pasar.

Ella pensó que si no hubiera tomado esa actitud amenazante, tal vez no estaría en esta situación, pero ya era demasiado tarde.

Mientras ideaba un patrón para poder disparar más rápido que ellos y ver cómo eliminar, si no a todos, al menos a la mayoría; notó que tres puntos láser le marcaban el pecho. Entonces intuyó que una cantidad igual le estarían señalando la cabeza. Así que decidió hacer lo más sensato en esa situación: bajó su arma, la dejó en el suelo y levantó las manos.

Entre los hombres apareció un joven y alto navajo de pantalones de mezclilla con parches de piel y torso desnudo, que tenía trazos rojos debajo de los ojos, como si fueran marcas para la guerra. Llevaba el pelo largo agarrado en una cola de caballo y un par de largas plumas se erguían sobre su cabeza. Retador, se acercó a ella empuñando un hacha tomahawk.

Ava no pudo evitar imaginar que ese hombre provenía de una vieja película del Oeste. Así era el mundo; todo parecía salido de fotografías, dibujos o películas de otros tiempos, estereotipos de una época que había pasado hacía mucho.

El joven se detuvo frente a ella y le arrebató los lentes, arrojándolos al piso; fue entonces que descubrió los ojos de Ava, y su expresión cambió totalmente, más aún tuvo que dar dos pasos atrás.

Fue el sonido distante de un motor y las llantas recorriendo el pavimento lo que lo sacó de su estupor. Todos vieron a la distancia la vieja camioneta que se aproximaba. Su actitud se suavizó; entonces, lentamente bajaron las armas. La camioneta se detuvo frente a ellos y Ava pudo ver a la pareja del trading post. Rápidamente, la anciana bajó y con paso firme se acercó a ella.

—¿Tienes el atrapa sueños?

La joven no alcanzaba a comprender la pertinencia de la pregunta; era absurdo preocuparse por un objeto cuando su vida estaba en juego. Tomar decisiones bajo presión no era la mejor salida, pero por la mirada de la anciana sintió que podía confiar en ella. Hurgó en su chamarra; dio con el pequeño atrapa sueños y lo levantó para que todos lo pudieran ver. La anciana sonrió.

—Viene conmigo. Es nuestra invitada.

El joven asintió y, con un movimiento del brazo, indicó que los otros hombres movieran el gran tronco para dejarlos pasar. Ava recogió su arma; la enganchó y arrancó. Con gusto, la anciana vio cómo tomó camino y luego se concentró en el pasmo del joven.

—Es... Es que sus ojos... —balbuceó.

La anciana sonrió.

—Sí, es como nuestra Chloe —dijo. Luego subió a la camioneta y también arrancó.

*****

Ava no pudo menos que alegrarse cuando aparecieron unas cuantas aves; el cielo era de un azul profundo y el sol rayaba el horizonte. Observaba el espectáculo a través del opaco vidrio del local donde estaba sentada, justo frente a la vieja indígena.

—Me imagino que tienes preguntas... —inquirió curiosa la anciana.

—¿Cuál es tu nombre?

—Pensé que nunca lo preguntarías. Me llamo Carol.

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