Parte 17

29 12 1
                                    



"In a sentimental mood" de Duke Ellington sonaba a través de las bocinas. A Declan siempre le había gustado esa canción y, al escucharla, se le escapaban recuerdos escondidos en el primer cajón de su memoria. Todos eran asociados a las dulces notas de ese saxofón que se ahogaban entre los embates precisos de las teclas del piano y el constante golpeteo del snare. Le gustaba recordarla así, a cada nota.

Sus añoranzas se vieron interrumpidas cuando un fuerte "bip" empezó a sonar con insistencia.

—¡La tenemos! ¡La tenemos! —Se escuchó la rasposa voz de Jack-O al fondo de la tanqueta.

Llevaban metidos ahí dentro más de veinticuatro horas; era como en los años de la primera guerra posterior al Gran Cataclismo.

Declan se perturbó mucho por la interrupción a sus nostalgias, sobre todo porque no estaba convencido de la misión y sólo seguía en ella por dos razones: quería encontrar a Chloe y sabotear el intento de asesinarla.

Míster Park había sido lo suficientemente generoso como para ensamblarle, en menos de media hora, un escuadrón suicida conformado por viejos mercenarios.

Jack-O repitió que tenían a la presa, y orgulloso explicó que logró intervenir la frecuencia de su celular y estaban triangulando su posición para interceptarla.

Declan confiaba en la tecnología, pero no en ese grupo de soldados venidos a menos. Muchos habían quedado mal de la cabeza después de la gran guerra, Declan incluido, sobre todo tras haber perdido la pierna en la batalla de Mount Shine, cuando Colorado se convirtió en parte del desierto.

Los demás tenían sus propias historias, historias que les habían dejado heridas aún más profundas que las de Declan.

Jack-O sufría un síndrome de estrés postraumático, agudizado tras su cautiverio en los pantanos de Misisipi, del otro lado de los diques que alguna vez protegieron a Nueva Orleáns. Estuvo más de seis meses atrapado entre las raíces flotantes del manglar. Se le pudrió el brazo izquierdo y le fue sustituido por una prótesis biónica que pagó el Forgesso cuando todavía tenían un plan de asistencia médica para veteranos.

Dentro de su cabeza habitaba más de una persona con quienes tendía a entablar grandes diálogos internos. Por eso a nadie le extrañó que hablara en plural cuando anunció que la "habían encontrado".

Sin darle importancia a los gritos ahogados de Jack-O, Martin conducía atento al camino tras sus gruesos lentes. Él había sido uno de los objetivos por exterminar desde antes de la guerra, justo después de que se terminó de construir la muralla y empezó el exterminio de los inmigrantes ilegales. Martin era uno de ellos, sus orígenes estaban en El Salvador y ese era un estigma que él desconocía, pues llegó a Estados Unidos cuando tenía tres años. El cataclismo acabó con todo eso; ya no era necesario ser ciudadano, pero una de las formas de sobrevivir era enrolarse en el Forgesso.

Allí prestó servicio diez años, hasta que una granada le afectó la vista y el oído. Fue entonces cuando lo echaron a la calle y él se convirtió en agente libre con experiencia suficiente para unirse a los mercenarios.

Al grupo lo completaba Kim, una combatiente de origen chino que odiaba que le dijeran china. Era la cuarta generación en el país, es decir, al menos había cien años de separación entre su pariente que vino del lejano oriente y ella, pero a los americanos les encantaba encasillar a la gente por sus características raciales, lo suyo era discriminar a diestra y siniestra a las minorías.

Kim aborrecía eso, y cuando llegó el momento, logró convertir toda su ira en miles de bitcoins que le redituó su trabajo como mercenaria. Siempre estaba lista para pelear y si no participaba en alguna misión, se metía en mil problemas; de ahí que ese era un buen día para ella: al menos estaba en una misión.

CHLOEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora