Parte 14

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De entre las sombras apareció Dorian y se dirigió a la esquina más apartada de la carpa para desamarrarla. Una cascada de arena cayó dentro de la zanja y la luz del sol empezó a colarse.

—Es hora de retomar el camino —dijo Judy apagando la lámpara de leds, mientras la pelirroja hacía lo mismo echando arena a la fogata.

Los návajos tenían que estar de vuelta con el gran jefe antes de que cayera la noche. Ava, en cambio, debía quedarse en Holdover City, al menos hasta encontrar a Declan, pero un nuevo gusano se le había metido en lo más profundo de su cabeza: necesitaba corroborar por sí misma que la historia de Judy era real.

El sol brillaba sobre el desierto y grandes dunas cubrían las planicies. El camino había desaparecido y los vehículos estaban enterrados bajo la arena.

Dorian se acercó a lo que parecía la antena de su camioneta y empezó a escarbar; ellas le ayudaron. Por un momento todos pensaron que tardarían una eternidad, pero pronto descubrieron que, conforme cavaban, los montículos se derrumbaban con gran facilidad. Entonces Ava preguntó:

—¿A dónde dices que te llevaron?

—A la base militar 73.

—Está entre Nuevo México y Colorado, ¿verdad?

A pesar del gesto de intriga que se le escapó, Judy respondió:

—Sí, a doce millas al poniente de Roswell.

—¿Roswell?

—Sí, Roswell, el viejo pueblo OVNI... ¿Nunca has oído hablar de él?

—No.

—Fue un pueblo que estaba en el Valle de Nuevo México; dicen que ahí se aparecieron Objetos Voladores No Identificados; que incluso una nave extraterrestre se estrelló en el desierto. Así que se convirtió en un lugar para atraer turistas.

A Ava le pareció curioso que tantas cosas extrañas hubieran ocurrido ahí.

Sin camino firme y sin pavimento sería imposible hacer circular de nueva cuenta los vehículos; no obstante, la pelirroja pudo comprobar lo preparado que estaban los nativos para contingencias como esa: mientras ella había estado esposada conversando con Judy, Dorian se encargó de encadenar las llantas para que en su momento pudieran marchar sobre las dunas.

Decidieron subir la moto a la caja de la pickup y los tres abordaron la cabina.

Resuelto el asunto, otra preocupación la asaltó: ¿cómo iban a llegar a Holdover City, si la ruta estaba sepultada en un montón de montículos de arena? Sacó su celular para que el GPS los orientara. Fue inútil: uno de los efectos de la tormenta era la magnetización y consecuente la afectación de las telecomunicaciones.

—¿Cómo vamos a llegar a Holdover City si no tenemos ni idea de dónde está el camino?

Los recursos navajos volvieron a mostrar su eficacia. Dorian se puso unos lentes obscuros y miró directamente al sol. Eran alrededor de las cuatro de la tarde y el astro se dibujaba en el horizonte. Observó que en medio del paisaje desolador aún estaba una gigantesca roca.

—Esa punta es la montaña de Laguna Pueblo. Hay que viajar hacia el este unos treinta grados en dirección a Álamo, o bueno hacia lo que era Álamo, y cruzar justo a la mitad. Si nos apuramos, llegaremos a Holdover City al anochecer.

Dorian arrancó la camioneta y emprendieron el camino. No pasó mucho tiempo antes de que el cansancio se adueñara de las mujeres.

Antes de cerrar los ojos, Ava pensó que el caos del paisaje era el reflejo de su propia confusión. Llevaba el corazón roto y el alma desolada. No supo en qué momento comenzó a percibir que leves destellos cortaban la densa niebla y se expandían perdiéndose en la obscuridad.

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