Parte 6

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Ava cerró su computadora y ésta indicó entrar en modalidad de ahorro de energía con una suave luz verde que parpadeó tres veces antes de apagarse. La pequeña Chloe miraba fijamente la acción con esos singulares ojos en los que se reflejaba el par de lámparas que tenuemente iluminaban la habitación.

—¡Es hora de dormir!

—¡Sí, Carol, ya voy! —respondió Ava. —Descansa, mañana nos vemos.

La pequeña le sonrío a modo de despedida y de un brinco corrió hacia Carol, quien la condujo a la habitación. La pelirroja se quedó en el sofá con una cobija en las piernas y apenas entonces se dio tiempo de observar con detenimiento la sala.

Había imaginado que los indios vivían en tipis tradicionales, pero ahora sabía que habitaban casas rodantes de triplay y hormigón prefabricado. Trató de ver los detalles de las paredes: un viejo papel tapiz con grecas de los años sesenta del siglo XX cubría los muros y sobre él estaba un perfecto registro fotográfico de la estirpe diné que conformaba la familia.

Carol salió de la recámara y le ofreció una taza de té. Ava era más de café, pero desde que llegó a la reserva india, se resignó a tomar té, por eso lo aceptó; por eso y porque ello le daría ocasión de hacer algunas de las muchas preguntas que tenía. Estaba claro que no conseguiría todas las respuestas, pero con unas cuantas sería suficiente por esa noche.

—¿Cómo llegó Chloe con ustedes?

—Es evidente que ella no pertenece a nuestra tribu; al fin y al cabo no comparte nuestros rasgos pero, por extraño que parezca, es sangre de mi sangre —respondió Carol, clavando su mirada en la pared para evitar la mirada inquisidora de Ava.

Las fotografías estaban ordenadas como un árbol genealógico que iniciaba en 1850. Doscientos veinticinco años estaban ahí dando cuenta de la evolución, no sólo de la familia, sino de la tecnología: del sepia al blanco y negro, del blanco y negro al technicolor y del technicolor al kodachrome.

Al límite de la pared, justo en las últimas fotografías, estaba la de Carol y el gran jefe, quienes sentados en un sofá sonreían, rodeados por cuatro jóvenes y seis niños que estaban entre los doce y los cinco años. La más pequeña era justamente Chloe.

—Chloe es hija de Judy —dijo Carol caminado hacia el muro para desmontar la fotografía familiar. Le quitó la delgada capa de polvo que la cubría y se la dio.

Mientras Ava llevó la imagen hacia la tenue luz de la lámpara para verla mejor, Carol continuó:

—Hace seis años, Judy y su esposo Joe salieron del pueblo. Iban a la gran convención de los pueblos diné que se celebra en Santa Fe. Año con año ahí se reúnen los jefes de las tribus...

Carol tuvo que esforzarse para contener las lágrimas producidas por sus recuerdos, luego continuó:

—Joe era un hombre talentoso y desde muy joven mi esposo lo consideró digno heredero. Era la esperanza de nuestro pueblo, por eso acudió para convertirse en el siguiente jefe de la tribu... Nunca llegaron. Un par de días después Judy regresó sola; Joe había desaparecido y ella no podía recordar lo que sucedió, pero estaba convencida de que estaba muerto.

Atenta a cada palabra, Ava apenas se dio cuenta cuando la anciana le quitó la fotografía, la colocó de nuevo en el muro y luego se sentó a su lado.

—Judy regresó embarazada. La semana siguiente su cabello se fue llenando de canas hasta quedar completamente blanco; su piel morena también comenzó a ponerse blanca como la de los pollos. Unos meses después, nació Chloe.

A pesar de que el rostro de la pelirroja mostraba cierta incredulidad, Carol siguió su narración:

—Todos nos sorprendimos al verla. Esa niña no se parecía en nada a nosotros, Pero Judy también ya era diferente; mantenía su sonrisa y su carácter seguía siendo apacible, pero había cambiado.

CHLOEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora