Parte 15

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Bajaron por una larga escalinata de concreto con barandal de fierro. Un fuerte viento que parecía natural recorría el espacio, pero estaba claro que debía ser artificial, pues el aire no podría penetrar en esa cueva.

Ava volteó con curiosidad en dirección al origen del viento y descubrió que los que lo generaban eran unos grandes ventiladores.

No era divertido sentir que estaba en una ciudad que se asemejaba más a un parque de diversiones que a una urbe súper tecnologizada. Las mentes maestras que la planearon habían pensado en todo para hacer que la experiencia fuera "realista" pero resultaba evidente su fracaso.

—Hubiera sido mejor entrar por los accesos clandestinos... Sabes que no me gusta que sepan que estoy aquí... Aquí odian a los indios —dijo Dorian.

—Venimos por medicinas... Tienen que saber.

—Aún sigo pensando que fue una estupidez que vinieras... Además, te registraste... Nos estamos exponiendo todos... Debimos pensar que ya era suficiente con la pelirroja —refunfuñó de nuevo Dorian.

El vaivén de comentarios era explicativo; querían ser obvios con la información para que Ava estuviera bien enterada de los riesgos que corrían, lo que por momentos la hizo sentir responsable de esa situación.

Finalmente, el descenso por la escalera concluyó, y frente a ellos se mostró un parque ubicado en lo que parecía ser la avenida principal de la ciudad. En el centro del jardín, estaba una fuente hecha de grandes rocas volcánicas. Dorian y Judy se acercaron a ella; Ava los siguió mientras observaba que la calle se perdía en el horizonte, sugiriendo que existían miles de edificios y casas. Por un segundo ella tuvo la sensación de que eso era sólo una ilusión óptica y que la ciudad no era en realidad tan grande.

Dorian se metió a la fuente y se acercó a una de las formas rocosas que componían un extraño mosaico; jaló de abajo de las piedras una bolsa hermética que contenía dos pistolas. Una se la dio a Judy; la otra se la quedó él. Ava supo que estaba desprotegida.

—Hay que ir con cuidado; aquí odian a los indios —insistió él con una voz seca, mientras tomaba su mochila y caminaba hacia la gran avenida. Judy y Ava lo siguieron en silencio.

Mientras avanzaban, Ava sacó su teléfono y lo encendió; el aparato reaccionó intentando buscar señales de WiFi y ella se sorprendió al ver tantas redes disponibles.

Mientras la pelirroja corría su App Find Open Wifi para hackear alguna, dieron vuelta en un callejón donde edificios de ladrillo de no más de tres o cuatro pisos, dejaban ver que la zona fue planeada como una versión enana de Manhattan.

Los navajos aceleraron el paso, lo que a Ava le pareció excelente, pues sólo deseaba comprar lo que necesitaban y retomar sus planes.

Doblaron a la izquierda por una pequeña calle flanqueada por jardineras de casas de ladrillo de uno y dos pisos. Fue ahí que disminuyeron el paso. Al fondo tintineaba una cruz verde con filo rojo: habían llegado a la farmacia.

Al tiempo, la joven logró cambiar la contraseña de un WIFi. De inmediato las alertas de mensajes directos y correos electrónicos sonaron con insistencia.

—¡Apaga esa maldita cosa! —gritó Dorian. Los sonidos no sólo llamaban la atención, además le impedía aguzar su oído para detectar algún peligro.

Ava puso el aparato en modo "vibrar" para poder sentirlo desde el bolsillo de su chamarra.

Llegaron a la puerta de la farmacia. Estaba cerrada a pesar del gigantesco anuncio luminoso que informaba que daba servicio las veinticuatro horas. Un pequeño papel indicaba que los clientes debían tocar el timbre. Así lo hizo Judy sin ninguna respuesta. El tiempo pasaba y nadie respondía.

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