Parte 16

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Completamente sola en esa extraña ciudad, Ava no tenía muy claro por dónde empezar a buscar. Lo que sabía era que debía refugiarse en algún lado, al menos durante el día; las noches serían suyas para encontrar a Declan.

Caminó sin rumbo, escoltada por árboles y casas de ladrillo rojo, mientras las luces ya emulaban el amanecer. Sabía que no quedaba mucho tiempo para encontrar un escondite; entonces sacó el teléfono de Judy y activó la pantalla. Estaba bloqueado. Tardaría cinco minutos en descifrar la contraseña de seis números. Si hubieran tenido tiempo de conocerse más a fondo, la labor sería más sencilla.

Notó que la actividad estaba comenzando cuando se encontró con un robot que barría las calles y recogía los botes de basura de cada esquina. La gente empezaría a salir en cualquier momento; debía apurarse.

Encontró una pequeña panadería con un letrero hecho a mano que anunciaba la venta de café y croissant. Irremediablemente se dirigió hacia ella; por fin café y croissant, la combinación que tanto le gustaba.

El local era azul pastel, y todos los muebles eran de plástico, con un acabado de madera cruda que imitaba las pequeñas boutiques pasteleras de París del siglo XX.

Se acercó al mostrador; detrás de él, una mujer de unos treinta años, de tez blanca y cabello rojizo daba las últimas indicaciones a un muchacho que vestía un delantal y cargaba un costal de harina. Volteó a ver a Ava quien, curiosa, admiraba un atrapa sueños que pendía de la pared.

—¿En qué le puedo servir? —preguntó la panadera con una sonrisa amable. Fue ahí que la muchacha cayó en la cuenta del vestido azul pastel y el mandil que portaba esa mujer y sintió envidia de la vida apacible que esa vestimenta sugería.

— Un café y un croissant, por favor.

—Claro, un momento.

Sirvió el té en un vaso de papel encerado, colocó un croissant en una hoja de papel y puso todo sobre el mostrador.

—Son 75 schelks.

Los schelks eran los centavos de bitcoin. Por difícil que resultara en ese mundo de costosa superficialidad, aún había productos que costaban menos que un bitcoin.

La pelirroja entregó su moneda plástica y la mujer se cobró, intentando disimular que observaba con cierta desconfianza el rostro de la joven.

—¿Sabes? No es tan fácil; parece, pero no lo es.

Ava la miró extrañada, pero la mujer trató de dibujar de nuevo una sonrisa.

—Es complicado tratar de mantener este negocio a flote... Sería increíble poder estar allá afuera, poder viajar y ver lo que queda del mundo, ver otras cosas. Pero hay personas que viajan y hay otras que simplemente nos quedamos atascados en una ciudad funcional, tratando de llevar una vida normal.

La panadera se escuchaba triste. Lo que parecía en un principio un reclamo, se convirtió en un grito desesperado de ayuda. Ava sintió una conexión, una cercanía que hablaba desde su propia vulnerabilidad. Pensó decirle muchas cosas emotivas, pero como siempre se contuvo y dijo con toda la frialdad de la que puso echar mano:

—Todavía puedes hacer lo que quieras. Hazlo por ti.

La mujer le sonrió y dijo:

—Siempre quise ir a Las Vegas.

—Todavía puedes ir, pero no esperes demasiado; está devastada...

Ava le dio un trago a su té y recibió un golpe de agua insípida que cuando mucho podría asemejarse a un descolorido café instantáneo que le envenenó la boca.

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