Parte 13

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Una tormenta de arena se acercaba velozmente. Por más que intentaba cubrirse con sus lentes obscuros y una mascada que le envolvía la cabeza, era inevitable que sintiera la picazón producida por los granos de arena golpeándola a ciento treinta kilómetros por hora.

Trataba de ver a la distancia; parecía que la tormenta arrancaba árboles y hacía volar rocas; sin embargo, sabía que podía confiar en ellos.

No tenía claro cuánto faltaba para llegar, pero decidió mantener la calma. Sus esperanzas estaban puestas en que fuera antes de que aquel temporal los alcanzara.

A pesar de su esfuerzo, la paciencia se le agotó cuando la camioneta se detuvo y ella tuvo que emparejarse para mirar por la ventanilla. Ahí estaban ambos: Judy sin la más mínima intención de bajar la ventana y Dorian desabrochándose el cinturón. Hablaban entre sí, pero Ava no lograba oír lo que decían, mucho menos en ese momento en el que el viento comenzó a tomar más velocidad, lo que era señal inequívoca de que la tormenta se acercaba.

Finalmente, Dorian salió de la camioneta y Judy bajó el vidrio pidiéndole con la mano que ella se acercara para decirle a gritos:

—La ciudad está justo detrás de la tormenta. No podemos seguir; tenemos que acampar aquí y esperar a que pase.

—Tengo que llegar. Seguiré en la moto.

—Imposible; no sobrevivirás.

—¿Está muy lejos?

—Faltan como veinte millas, pero...

Ava interrumpió esa explicación; sabía que no le iba a aportar nada nuevo:

—Tengo que intentarlo, gracias. Seguiré sola —hizo una amable reverencia y se dispuso a arrancar, pero al volver la vista al camino se encontró con la boca de un rifle de doble cañón, apuntándole justo en la cara.

Al principio no entendió lo que pasaba y eso le impidió reaccionar lo suficientemente rápido como para tomar su propia arma. La boca del cañón golpeó su cabeza levemente, apenas para turbarla e impedir su partida. Fue entonces que pudo ver que quien sostenía el arma era Dorian.

Confundida, volteó a ver Judy, quien molesta, condenó con la mirada a Dorian. No obstante, se mantuvo firme en su decisión:

—No podemos dejarte ir. Eres la única que puede comprar medicinas.

Sin mediar más palabras, Judy se dio la vuelta para perderse en la cajuela de la camioneta en búsqueda de provisiones para acampar y Dorian volvió a tomar el control de la situación: en silencio, le mostró a la pelirroja unas esposas y con la punta del rifle le dio la instrucción de que se diera vuelta. Ella hizo lo que le pidió, no sin antes medir si tenía oportunidad de alcanzar su arma, pero de inmediato comprendió que era imposible.

Dorian montó una carpa sobre una zanja profunda y se refugiaron en la parte más recóndita de la formación rocosa. Ahí, Judy prendió una fogata y encendió una lámpara de leds de bajo consumo que emulaba a una de keroseno marca "Coleman".

Frente a la fogata, la joven estaba sentada en una bolsa de dormir doblada, que fungía como un pequeño banco. Esposada, no podía quitarse ni la mascada ni los lentes obscuros. Judy se acercó para quitárselos, dejando libre su larga cabellera roja. Luego se sentó frente a ella y se sirvió una taza con el café que se calentaba en el fuego.

El fuerte viento hacía que la lona se moviera con fuerza, pero estaba perfectamente amarrada. Dorian miró a las dos mujeres y Judy le hizo una señal con la cabeza. Entonces él se perdió entre las rocas de la gigantesca zanja.

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