Capítulo 1

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¿Puede una persona sufrir sin poder sentir? Era la pregunta que rondaba por su mente, que si bien era un secreto, lo torturaba inmensamente.

Aunque no tuviera la capacidad natural de sentir como cualquiera.

Un individuo visitó su alcoba aquella noche de luna llena, observando con desdén cómo utilizaba una daga de decorados hermosos y trazos de oro para infligirse autolesiones.

—En serio eres desagradable —Su fría expresión llamó la atención de aquel hombre pálido de ojos brillantes pero vacíos, que a su vez reflejaban el hueco de su alma.

—¿¡Cómo estás, Akaza!? —Exclamó aquel sujeto con una amplia sonrisa —¿Qué te trae por aquí, amigo?

—No somos amigos —Le recriminó cortantemente mientras se le acercaba, no quitando su vista de aquella arma punzante que en ese momento traspasaba su mano—. ¿Por qué demonios haces eso?, es desagradable.

—¿Eso crees tú? —Volvió a sonreírle sin lograr que cambiara de humor. Aquel sujeto llamado Akaza se encontraba molesto—. A mí me parece divertido.

—Estás enfermo —Akaza frunció el ceño mientras lo observaba de arriba abajo, notando la actitud despreocupada de éste. Aquel hombre pálido se sacó el puñal de su mano sin quejarse ni un poco, viendo cómo esta se regeneraba velozmente.

—Ya lo sé, pero al final no respondiste mi pregunta, ¿A qué has venido?, ¿Acaso el señor Muzan me ha mandado a llamar?

—En realidad no, sólo quería ver que nada estuviera fuera de control por aquí, pero por lo que veo, parece que sí, ¿Acaso pasó algo o simplemente estás demente?

—No ha pasado nada, Akaza —Y aunque sus palabras sonaban superficiales, Akaza se dio cuenta de que su compañero parecía tener algo más en mente. Algo sin duda parecía incomodarle—. Estoy bien —Y al pronunciar esas palabras, sonrió sádicamente mientras se clavaba el puñal en la palma de la mano nuevamente. Akaza lo miró con repulsión.

—Me estás mintiendo —Fue lo que logró decir luego de ver cómo aquel sujeto se apuñalaba la mano con desesperación, manchando de sangre todo el lugar—. ¿Qué te pasa?

—¿Y para qué te lo diría?, si de igual modo no te importará —La expresión de su rostro cambió a una bastante trágica, no lo miraba a la cara, miraba a un punto ciego en aquella habitación—. Es como tú dices, Akaza, estoy enfermo, pero no lo entenderías.

—Si no me lo explicas, por supuesto que no lo haré, ¿No te parece obvio? —Pero Akaza sólo se estaba aburriendo de verlo en semejante situación—. Lo único que eres es un idiota, Doma.

—¿En serio lo crees? —Habló Doma mientras se reía a carcajadas—. En realidad sí lo parece pero no es tan sencillo... —Pero luego dejó de reírse al escuchar los golpes de su puerta, alguien llamaba presuroso para entrar—. ¿Pero quién será a esta hora?, es muy tarde para atender visitas.

—Seguro es otro de tus fieles devotos —Akaza observó la puerta con desdén mientras alzaba los hombros y procedía a retirarse—. Será mejor que le atiendas, puede que te comas un bocadillo esta noche.

—La verdad no tengo hambre —Doma se levantó de su asiento mientras le echaba una mirada de aburrimiento a Akaza, el cual se escondió en una de las salas de aquel enorme templo.

Guardó la daga en un lugar donde no pudiera verse y procuró que la sangre no se percibiera hasta que desapareciera, abrió la puerta de su templo para terminar sorprendiéndose al ver semejante situación, una mujer terriblemente herida sostenía a su bebé en brazos, aferrándose a lo único que ahora tenía, mientras temblaba por el frío de aquel invierno tormentoso.

Tortura imperceptibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora