Capítulo 8

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Doma regresó a su templo con un mal sabor en la boca que ahora iba acompañado de varios fastidiosos estornudos que no podía evitar, y lo peor no era eso, siempre que se limpiaba la nariz con el brazo o con la capa se llenaba de ese polvo blanco molesto.

Maldición, Kotoha se va a dar cuenta de esto y empezará con el fastidio —Doma fue a lavarse la cara en alguna tubería que se encontraba fuera del templo, intentando limpiarse la nariz, y en eso escuchó algo, venía del bosque—. ¿Qué fue eso?

Escuchaba risas y llantos por todas partes, no sabía si ese era un efecto de la droga pero si eso era así, entonces esa cosa sí había generado algo en él.

—Doma —Escuchó una voz suave en su cabeza, era la voz de una mujer que no conocía pero que sin duda recordaba, esa voz la había escuchado antes pero no recordaba cuándo—. ¿Te han dicho que tienes unos ojos hermosos?

—¿Pero qué demonios es esto? —Se agarró la cabeza al empezar a ver raro y sintió como si un recuerdo vago estuviera a punto de despertar.

—Doma —Volvió a escuchar la misma voz pero esta vez como un susurro. Luego oyó risas. Sintió como el recuerdo de aquellas mujeres siendo asesinadas regresaba a su cabeza, pero esta vez, más claro que antes.

Podía recordarlo, el suceso estaba claro, pero dejaba más dudas en su cabeza, aquellas jovencitas habían acudido a su templo y él sabía que venían a hacerle algo malo, no recordaba qué, pero sabía que era terrible.

Estaba contemplando su daga, recién ofrendada por un emperador.

La ocultó en su espalda mientras hablaba con aquellas señoritas, ellas parecían seductoras, y él también jugó igual.

Logró engañarlas con su carismática sonrisa y con sus falsos coqueteos, para luego proceder a apuñalarlas hasta la muerte. No dejó que ninguna se le escapara.

Jamás había cometido un asesinato, pero ello no le resultó traumático, al contrario, ya no sentía nada, ellas lo habían enfermado, ellas lo habían provocado.

¿Entonces por eso se inclinaba tanto por matar mujeres?, ya que si bien, ellas eran nutritivas, como no podía sentir sabor, daba igual qué carne comer, hombres y mujeres le daban igual, ¿Pero entonces por qué la inclinación?

Respuesta, ya las odiaba desde un principio. El trauma venía de cuando era humano.

Doma se sentó en las escaleras del templo, contemplando el lugar mientras seguía teniendo extrañas alucinaciones, escuchaba las voces en su cabeza pero le daban igual, no sentía miedo.

Decidió entrar para ir a dormir y así poder quitarse el efecto de la droga. Si así andaba, que no sentía nada, no quería imaginarse cómo estaba Akaza.

Entró en su habitación y al no ver a Kotoha decidió ir a la habitación de ella, no quería dormir solo y no sabía por qué.

Llegó y allí la vio, ya se había dormido y el bebé también, así que se acostó con cuidado en la cama para no despertarla pero ella igual lo sintió.

—¿Ya llegaste? —Le preguntó, más dormida que despierta. Doma sólo asintió mientras se aferraba a ella, apoyando su cabeza cerca de la suya.

Doma por fin logró conciliar el sueño.

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A medida que pasaba el tiempo, ambos se veían ya como una familia, Kotoha disfrutaba de la compañía de Doma y ya no le parecía tan atemorizante, aunque ella sabía que si preguntaba o hablaba de más podría hacerle molestar.

Tortura imperceptibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora