Capítulo 18:

56 7 0
                                    

Estoy sola en casa, llegué hace un rato de lo de mis tíos. Mariano aún no vuelve. Como tenía hambre, recalenté algunas porciones de pizza (algo que no puede faltar en esta casa). Llevo el plato hasta el living, prendo la tele, y empiezo a comer.

Escucho que se abre la puerta, y luego pasos.

-¡Llegué!- avisa gritando.

-Por fin.

-Perdoname- comienza a excusarse - esta gente es insoportable, me tuvieron ahí como por mil años - corre su flequillo, que ya le obstruía la vision- y después volver fue un quilombo...

-Pero no llegaste.

-Hice todo lo que pude.

-No alcanzó.

-Pero es que...

-Me lo habías prometido.

No se ni por qué, pero me siento sobrepasada por la situación y rompo en llanto.

/////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////

Estoy insoportable. Me siento exageradamente mal, porque sé que la mayoría de las veces que me enojo con Mariano, es sin motivo alguno, pero de todas formas lo hago. Hablamos de esto, y llegamos a la conclusión de que es parte de esto estar susceptible, y que él a veces está con la mente en otras cosas pero es que también necesita eso, y que vamos a intentar ser un poco más comprensivos el uno con el otro, para poder sobrellevar bien esta etapa tan importante.

El mes de junio estuvo algo sobrecargado. Trajimos a Micol a vivir con nosotros, ya que la pobre se sentía incómoda en su casa, debido a que se animó a confesar lo de la violación, pero todavía no cuenta nada sobre su embarazo, y no sabe como hacerlo. Parece algo muy simple, pero implica muchas cosas.

Micol está instalada en uno de los cuartos que no usamos (gracias a Dios, elegimos una casa medianamente grande, que nos posibilita hacer este tipo de cosas), se encuentra relativamente bien, dentro de las posibilidades que otorga su situación. Hablamos con Leo, quien tuvo una conversación en privado con mi primita, y al parecer, él no piensa dejarla sola bajo ningún concepto. Sinceramente no es algo que yo esperara, pero él demostró merecer toda mi (innecesaria) aprobación.

Mariano, mis tíos y yo, encontramos más o menos razonable el planteo (más bien súplica) de no ir al colegio, de Micol. Los tíos, accedieron, convencidos de que ella se encuentra en una etapa post- traumática, y que esto podría hacerla sentir menos agobiada ( este también fue un motivo para que le permitieran mudarse "temporalmente" con nosotros: confían en que se sentirá mejor conmigo y con Mariano, en casa); de todas formas, yo no pensaba enviarla a enfrentarse todo lo que implica la escuela, bajo este estado crítico de ánimo, y mucho menos embarazada; Mariano no tiene demasiada autoridad para estas decisiones, pero igualmente optó por lo mismo que nosotros. La única condición es que apenas el bebé esté en edad de pasar varias horas sin su mamá, Micol vuelve a la escuela.

Hoy más que nunca, estamos hechos puros nervios: llegó el día de la eco, esto significa que hoy sabremos el sexo del bebé.

Todos queremos que sea niño (y estamos convencidos de que lo va a ser), exceptuando a Mariano, a Martín, y a Leo, que se jugaron la vida apostando que va a ser niña.

Esta vez, el turno que nos tocó es a las 9:30 de la mañana.

A las ocho menos cuarto, Milagros ya está en casa, para quedarse con Micol. También se ofreció a preparar todo para cuando lleguen los tíos y mis demás primos, ya que van a venir a almorzar y ver como salió todo.

Como queremos llegar a tiempo, a las ocho en punto, Mariano y yo, estamos saliendo de casa.

Una vez en la clínica, nos ubicamos en la sala de espera, colmados de nervios y emoción.

Después de un (larguísimo) rato, sale del consultorio la misma mujer que la vez anterior, y nos hace pasar.

El procedimiento es básicamente el mismo, pero estamos maravillados con todo.

Yo estoy completamente embobada, y Mariano sonríe, mientras se cristalizan sus ojos. Nunca suelta mi mano.

Me pierdo escuchando el ritmo del corazoncito de nuestro bebé, a tal punto de no entender lo que la doctora dice. Solo veo que Mariano asiente mientras la mujer mueve los labios.

Ella vuelve a decir algo, y la sonrisa en el rostro de Mariano se vuelve aun mas grande, al mismo tiempo que las lagrimas empiezan a brotar de sus ojos.

Lo miro sin entender nada aun.

Entonces él se acerca más a mi, y me repite lo que dijo la doctora:

-Es una nena.

Sophia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora