Capítulo 6

120 7 0
                                    

Lunes 22 de febrero del 2010, me acuerdo hasta la fecha, faltaba exactamente una semana para que yo cumpliera 14 años. Para ese entonces estaba viviendo en San Isidro, a pocas casas de los Dominguez. Estaba de novia con Mariano. Como eran vacaciones de verano, teníamos más tiempo para estar juntos, incluso más del que teníamos durante el resto del año, que ya era bastante. Cabe destacar que el año anterior, había empezado el secundario en la escuela a la que iban Mariano y Martin, prácticamente para poder pasar más tiempo con ellos (toda la vida, había estudiado en casa, para no tener que adaptarme una y otra y otra vez a las escuelas de cada lugar al que viajaba).

Mariano, desde muy chico, andaba en skate. Le había pedido que me enseñara a mí (tal vez haya sido una excusa para estar juntos más tiempo aun, o para poder compartir algo que le gustara a él, o no sé). Esa tarde, salimos él, su skate y yo, a la calle, para la primera clase. Era un lugar bastante tranquilo, y casi no pasaban autos (pasaban aún menos, ya que eran vacaciones y había menos gente), así que empezamos ahí mismo.

Luego de un largo rato de transición, me animé a soltar el brazo de Mariano, y empecé a andar sola, obviamente con dificultades.

Estaba concentrada en no caerme del skate, demasiado concentrada en eso.

No me enteré de que venía un auto, hasta que estuvo a menos de un metro mío.

Sentí que alguien (Mariano) me empujó por detrás. Salí impulsada, aun sobre el skate, hacia un lado de la calle. El skate, al chocarse contra la vereda, se quedó ahí, y yo, literalmente volé, unos cuantos metros. Pude escuchar el impacto del auto chocando a Mariano, al mismo instante que el vehículo frenó (una reacción retardada, que pudo haber matado a quien era mi novio) y a los pocos segundos, su cuerpo cayendo al piso.

Aterricé boca abajo en el suelo, golpeándome todo lo que pudiera ocurrírseme. Me dolía todo, principalmente los brazos (que en realidad me había fracturado al caer sobre ellos), pero el golpe más importante, fue el de la cabeza.

Con las pocas fuerzas que me quedaban, me voltee. El auto ya no estaba. Mariano, se levantó como pudo y vino rengueando hasta mí (la primera parte del trayecto caminó, pero luego cayó al piso, y como no pudo levantarse, se arrastró hasta donde yo estaba). Me enderezó, sujetando mi torso con el brazo derecho, y sostuvo mi cabeza con su mano izquierda. Corrió por un segundo su mano, la miró, y estaba llena de sangre. La sangre era mía.

Me pidió que por favor resista, que no cierre los ojos, mientras empezaba a gritar con desesperación, pidiendo ayuda. Le dije que lo amaba, pero creo que no pude terminar la oración. Me pesaban tanto los parpados, que fue inevitable cerrar los ojos.

Y no volví a abrirlos.

Me tomé dos años para volver a abrir los ojos, despertando de un estado de coma. No entendía nada, no sabía dónde estaba, qué me había pasado. Quise hablar, pero me di cuenta de que no recordaba cómo hacerlo. Lo único que pude hacer fue largarme a llorar. Después de una semana, pude decir, con mucha dificultad, mi primera palabra: Mariano.

La recuperación también se tomó su tiempo. Kinesiología, fonoaudiología, miles de tratamientos, horas y horas de escuchar relatos sobre lo que era mi vida, ver fotos, no entender nada. Dejé los tratamientos (aunque cada tanto solía visitar a mis médicos), pero sé que los sigo necesitando un poco. Aun no estoy del todo recuperada, y lo sé, pero si llego a decírselo a alguien, podría volver a los hospitales, inyecciones, estudios, especialistas, no quiero.

Ahora que lo pienso, Mariano, de alguna forma, se sacrificó por mí.

Me echo a llorar, mientras mariano me refugia entre sus brazos.

Después de que él logra calmarme, me cuenta cómo vivió el todo esto. Me dice que nos llevaron juntos a emergencias, y que esa fue la última vez que me vio. Él sufrió una fractura en una de las piernas, como lesión más grave. Desde ese día no volvió a tocar un skate. Me cuenta que fue a verme a la clínica, y que le dijeron que me habían llevado a estados unidos; que revolvió el mundo para poder ir sabiendo cómo estaba yo; que mis padres hicieron lo posible para alejarlo, porque lo culpaban a él.

No sé como estas dos personas, que cada vez siento menos cercanas, pudieron culpar a la persona que me hace seguir con vida.

Sophia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora