Capítulo 7: El Jardín de la Mansión Samurai

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La mañana los despiertó tras una noche de descanso reparador. Sin embargo, esta vez es Yamada el primero en levantarse del futón estirándose hasta oír que le crujen todas las vértebras de la espalda. Con un bostezo, se pasa la mano por el pelo y decide que debería peinárselo, pues parecía que tenía un nido en la cabeza. Pero, al poner los pies en el suelo, tiene que apretar los dientes para no chillar por el repentino dolor. Se sienta de nuevo y se inspecciona los dedos y las plantas de los pies. Como imaginaba, tenía varias ampollas enrojecidas e hinchadas del paseo de ayer. Estaba tan desacostumbrado a caminar por las montañas que tenía los pies sensibles. Así que, con pasos tambaleantes como los de un cervatillo, se dirigió a una de las maletas a sacar un botiquín de primeros auxilios. Después, con cuidado de no despertar a Aizawa, fue a lavarse los pies y vendarse bien las ampollas. Así le dolerían menos, pues para hoy habían planeado algo importante.

Cuando salió del baño, en el que había aprovechado para asearse, pensó que Aizawa ya se había levantado porque la luz del sol inundaba la habitación al completo. Había olvidado que su amigo era capaz de dormir en cualquier parte y a cualquier hora, casi en cualquier postura. Con una sonrisa, se acercó hasta su futón y se agachó a su lado. Un mechón de pelo le tapaba un ojo, así que se lo retiró con cuidado. Al tocarlo, le fascinó lo suave que era a pesar de estar enredado. Le daba un poco, pero solo un poco, de envidia. Entonces, le puso una mano en el hombro y lo sacudió suavemente hasta que Aizawa frunció la nariz y gruñó, señal de que ya estaba despierto.

—Vamos, Sleepyhead.

—Es Eraserhead —, contestó intentando darse la vuelta.

—Con lo que duermes, deberías pensar en cambiarte el apodo. —Volvió a sacudirlo.— Lo digo en serio, cerrarán la cocina y nos quedaremos sin desayuno. Además, hoy también vamos a estar muy ocupados.

—¿No se supone que las vacaciones son para descansar?

—Ya descansaremos en la tumba. Las vacaciones son para hacer turismo, así que levanta ya.

Aizawa fingió haberse dormido de nuevo, pensando que así Yamada lo dejaría en paz un rato. Cuando dejó de notar su mano en el hombro, se acomodó en el futón a descansar un rato más, pero entonces sintió un fuerte empujón en la espalda y rodó fuera de las mantas. Anonadado, levantó la cabeza para mirar irasciblemente a Yamada, quien sonreía con satisfacción.

—Me alegro de que ya te hayas levantado. Ahora, a lavarse y a vestirse. ¡Venga!

Mascullando entre dientes, Aizawa se levantó del suelo y se fue al baño cogiendo por el camino algo de ropa limpia. Cuando salió, con el pelo recogido y la cara lavada, llevaba el botiquín en la mano.

—¿Y esto?

—Oh, em... Tuve que vendarme algunas ampollas.

—¿De caminar ayer?

—Sí... Ya sabes que estoy desacostumbrado a caminar por la montaña.

—Tienes pies de niño rico —, dijo Aizawa riéndose antes de guardar el botiquín en la maleta.

—¡Eso no es cierto!

—Claro, claro. ¿Vamos a desayunar?

Refunfuñando y con un puchero, Yamada salió de la habitación con Aizawa siguiéndole.

Poco después, salían ambos de la camper, que habían dejado aparcada en la entrada de Kakunodate, el pueblo samurai. Si las calles de Senboku les habían parecido encantadoras, las de Kakunodate eran una maravilla. Las calles asfaltadas enmarcaban las casas antiguas, con enormes vallas de madera negra de cerezo, de las cuales asomaban enormes árboles cuyas ramas colgaban hasta tocar el suelo. Todavía se conservaban pequeños templos y altares de la época en que se construyó el pueblo y, a lo largo del río que marcaba el límite de la ciudad, wisterias levantaban sus hojas hacia el cielo y el viento arrastraba el aroma de sus flores.

Japanese RoadtripDonde viven las historias. Descúbrelo ahora