Capítulo 9: El Festival

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—Yamada, ¿qué hacen tus calcetines en mi maleta?

—Así que ahí estaban... —Yamada le arrebata los calcetines de la mano distraídamente.— ¡Gracias!

Retirándose un mechó de pelo que no había conseguido sujetar en la coleta, Aizawa se incorporó. Su maleta estaba casi hecha, con solo las cosas de aseo en el baño y la última muda para el día siguiente preparada. Mientras, Yamada corría por toda la habitación recogiendo su equipaje. En realidad, no es que tuviera tanto; solo estaba repartido por toda la habitación. Y el baño. Y la piscina de afuera. Era increíble que no se hubieran esparcido hasta el pasillo del hotel. El caos resultante significaba que Yamada ahora estaba revisando cada rincón de la habitación para asegurarse de que no se dejaba nada. Tras un rato de observarlo mirar en cada esquina del amplio armario, Aizawa se dirigió a la puerta.

—Voy a bajar a desayunar antes de que cierren la cocina. No tardes.

Tras el gruñido de confirmación de Yamada, Aizawa salió hacia el comedor. El hotel estaba casi en silencio; la mayoría de los huéspedes se habían marchado de sus habitaciones y solo se oían los pasos amortiguados de los empleados, que habían empezado ya sus quehaceres. En el restaurante del hotel la cosa no iba mucho mejor. Solo quedaban un par de personas que estaban terminando sus platos. Aizawa se acercó a la barra para servirse tostadas, pues hoy estaba con ganas de algo más occidental, y se sentó en una mesa cerca de los espaciosos ventanales. Afuera, en el jardín de rocas negras suavizadas por la lluvia y la nieve, se alzaba un árbol solitario de tronco ondulante y hojas que ya empezaban a ponerse rojizas. Una de ellas cayó al estanque al pie del árbol y, arrastrada por la suave corriente del manantial, se perdió de la vista.

Aizawa le dio un sorbo a su café, desviando la mirada del paisaje de fuera, y entonces se dio cuenta de un cartel al otro lado de la sala, cerca del tablón de información. Anunciaba qu el hotel tenía un servicio de alquiler de yukata especiales para el festival de verano de esa noche. Se llevó una mano a la mejilla y se rascó la barba que debía afeitarse pronto. Por un lado, a él no le importaba qué llevar o dejar de llevar a los festivales mientras fuera cómodo. Por el otro, sabía que a Yamada, viniendo de la familia que venía, estaba acostumbrado a usar ropas así. Además, Yamada había pagado por casi todos los costes del viaje. Por una vez, quería ser él quien le diera un capricho al otro.

Se terminó el desayuno a toda velocidad antes de coger algo para llevarle a Yamada a la habitación. Antes de marcharse por el pasillo, fue a la recepción, donde alquiló los dos trajes que recogería por la tarde. Volvió con el desayuno en la mano y guardándose el recibo en el bolsillo de los vaqueros. Cuando abrió la puerta, Yamada estaba cerrando la maleta con una rodilla apoyada encima de ella y haciendo fuerza. Aizawa se quedó mirando los brazos de su amigo, en el que se marcaban los músculos de los hombros y de los antebrazos. Solo salió de su contemplación cuando Yamada se giró a él y lo saludó.

—Espera un momento —, dijo mientras olfataba el aire.— Eso huele a... ¿desayuno?

—Solo quedaban bollos de canela glaseados, un café con hielo, mucha leche, azúcar y un poco de caramelo y una ración de macedonia. Lo siento mucho —, respondió sonriendo, como si no hubiera comprado ese desayuno a propósito.

—¿Qué se le va a hacer? —Yamada le devolvió la sonrisa, captando el sarcasmo, mientras tomaba la bolsa con el desayuno y se sentaba en la mesa.— Tendré que conformarme. —Rápidamente, sacó uno de los bollos y se comió medio de un mordisco, relamiéndose después.— ¿Por qué no nos hemos casado todavía, Shouta?

—Porque Kayama nos mataría si no la dejáramos organizar la boda. —Shouta ignoró el vuelco que le dio el estómago al oírlo.— Y eso significaría olvidarnos de todos los ahorros de nuestra vida para que hiciera lo que ella quisiera.

Japanese RoadtripDonde viven las historias. Descúbrelo ahora