Capítulo 4: Senboku

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Aizawa frunció el ceño cuando se levantó al notar la quemazón del sol en la mejilla. Empezaba a hacer demasiado calor ya dentro de la camper y se sentía a punto de cocerse. Sin abrir los ojos, intentó darse media vuelta para buscar la parte fría de la cama, pero tenía el brazo inmovilizado. Tiró varias veces para liberarse, sin éxito. Gruñendo, abrió los ojos para ver por qué no podía moverse y entonces paró en seco. Dándole la espalda y todavía profundamente dormido, estaba Yamada. Sus costillas se movían lentamente al ritmo de su respiración pausada y, entre los mechones de pelo, asomaba un hombro desnudo. Aizawa tenía el brazo atrapado rodeándole la cintura y los dedos le rozaban la piel del vientre, donde se le había levantado la camiseta mientras dormía. Empezó a imaginar cómo sería una vida en la que sus caricias fueran bienvenidas y pudiera bajar la mano más y más...

Sus fantasías se vieron interrumpidas cuando, con un suspiro, Yamada se giró hasta quedar boca arriba contra el pecho de Aizawa. Al poco, parpadeó lentamente y abrió los ojos. Bostezó y le sonrió antes de desperezarse.Un par de segundos después, se dio cuenta de la posición en la que estaban y, rápidamente, se deslizó por la cama hasta poner distancia entre ellos. De repente, Aizawa dejó de sentir el calor que antes lo había hecho sudar.

—¡E-ey! ¡Buenos días, Shouta! —Yamada se incorporó y, con evidente nerviosismo, sonrió.— Siento haber invadido tu «burbuja personal». Cosas que pasan mientras duermes, ¿verdad?

—No, si ha sido cosa mía. Anoche me dio frío y no encontré manta. Lo siento.

No worries, my friend! ¿Qué es un poco de contacto físico entre mejores amigos?

De un salto, Yamada se levantó de la cama y se estiró. Se dirigía a la cocina cuando escuchó a Aizawa decir con timidez.

—No me ha molestado compartir mi «burbuja personal» contigo. No tienes que disculparte tampoco.

Ante esas palabras, Yamada se giró lentamente y le sonrió diabólicamente. Aizawa tragó saliva.

—Has abierto la caja de Pandora, amigo mío. ¿Sabes lo que te espera a partir de ahora? —Aizawa negó con la cabeza.— No vas a volver a tener espacio personal nunca jamás. Te esperan... ¡abrazos!

—Oh, no.

—¡Brazos por encima del hombro!

—No, por favor.

—¡Te pondré los pies en el regazo!

—Tortura.

—¡Te haré trenzas en el pelo!

—Oye, no, eso es pasarse.

—Buscaré formas de invadir tu espacio personal a cada minuto del día, los siete días de la semana.

—Ya me estoy arrepintiendo de haber dicho nada.

Aizawa se levantó por fin de la cama y fue a por ropa limpia para cambiarse en la ducha. Le cerró la puerta en las narices a Yamada, que empezó a protestar por poner obstáculos en su misión contra el espacio personal. Aunque Aizawa le respondió con un tono que pretendía ser serio, tras la puerta dejó que una sonrisa se le dibujara en la cara. Respiró profundamente para calmar los acelerados latidos de su corazón y se dispuso a asearse.

Salió a los pocos minutos y se unió a Yamada para preparar el desayuno. En poco tiempo, estaban los dos fuera de la camper con dos sillas plegables y una mesa sobre la que pusieron sus platos de comida y dos cafés con hielo. Mientras se refrescaban con las bebidas frías, Yamada sacó el móvil para comprobar la ruta. Aizawa también cogió el suyo y dio un respingo al ver la hora.

—Hemos dormido de más. Se nos ha hecho tarde para salir.

—No te preocupes. Hoy solo haremos tres paradas antes de llegar a Senboku, así que nos lo podemos tomar con más calma —, respondió mientras se deslizaba en la silla y estiraba las piernas sobre la hierba húmeda todavía de rocío.

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