Capítulo 3: A Medio Camino

43 3 11
                                    

La puerta de la camper se abrió con un chirrido. Aizawa, seguido de cerca por Yamada, subió cargado de bolsas y empezó a vaciarlas y a guardar las compras. Las bolsas de Yamada crujieron a su espalda cuando él también las abrió para guardar la comida. Una vez terminaron, Aizawa se sentó en el banco bajo la ventana y sacó el libro que había empezado a leer para continuar con el capítulo. No obstante, al no escuchar a Yamada irse a la cabina, ni siquiera el motor encenderse, levantó la cabeza con el ceño fruncido. Su compañero seguía de pie frente a la cocina con los brazos cruzados, mirando fijamente los armarios como si fueran un rompecabezas especialmente complicado.

—Yamada, ¿pasa algo con la comida? —Con un respingo, el mencionado salió de su ensimismamiento.

—Ah, no, no pasa nada. Digamos que tengo un dilema.

—Un dilema.

—Eso mismo. Verás, en la próxima parada me gustaría hacer un picnic, pero si tengo que conducir no puedo cocinar... Pero no quiero que conduzas tú para no estropear la sorpresa. Así que —se frotó la mejilla— no sé qué hacer.

Suspirando, Aizawa bajó el libro y se levantó. Le puso una mano en la nuca a Yamada y lo empujó hacia los asientos delanteros a pesar de las protestas de su compañero. Cuando consiguió que se sentara, le preguntó:

—¿Cuánto tiempo hasta la siguiente parada?

—Pues... una hora, más o menos.

—Vale, pues conduce y yo cocino. Dilema resuelto.

Se volvió a la parte trasera, dejando a Yamada boquiabierto, y se recogió el pelo. Al poco tiempo sintió la vibración del coche poniéndose en marcha y el tirón en el ombligo cuando empezaron a moverse. Una hora sería suficiente tiempo para preparar algo, o eso pensaba, y se puso manos a la obra. Por suerte, Yamada había tenido la buena idea de comprar algunas cosas ya precocinadas, por lo que solo tendría que sacarlo de la nevera una vez llegaran a su destino y meterlo en la bolsa. Aún así, se entretuvo en preparar onigiri, una ensalada y algo de kagaare, además de té frío y de partir la sandía que también habían comprado. A última hora, se le ocurrió que podía preparar algo de edamame rápidamente. Apenas había guardado la comida para poder llevársela, la camper frenó suavemente y el motor se paró. Yamada asomó la cabeza y aspiró el aire.

—No sé qué has hecho, pero huele genial.

—Lo verás cuando bajemos. A todo esto, ¿dónde estamos?

—En Kashiwazaki. ¡Ah, se me olvidaba! —, añadió dando una palmada.— Deberías cambiarte y ponerte el bañador. Traes uno, ¿no?

—... ¿A dónde nos has traído?

—Lo verás cuando bajemos. —Yamada empujó con entusiasmo a Aizawa hacia la zona del dormitorio.— Venga, cámbiate ya, yo guardaré la comida en la cesta de picnic.

—La cesta de picnic.

—Claro, la cesta de picnic —respondió mientras le cerraba la puerta en las narices.— Uno no puede hacer un picnic sin una cesta de picnic.

Mientras Aizawa, resignado, se ponía su bañador y recogía una toalla, al otro lado de la puerta se oía a Yamada sacando la cesta y llenándola con todos los bento que había preparado.

—Oye, ¿a cuánta gente piensas alimentar con esto? ¿A una familia entera?

—Así nos podremos cenar las sobras.

—¿Y los platos sucios también son para cenar?

—No, los puedes lavar ahora si quieres —replicó al tiempo que abría la puerta y salía con la toalla al hombro.

Japanese RoadtripDonde viven las historias. Descúbrelo ahora