✨Historia ganadora de los Wattys 2023 con el premio especial al universo más original✨
¿Alguna vez te has preguntado adónde fueron aquellos sueños que perdiste a golpes de realidad?
Es posible que te resignases y tus nuevos anhelos fueran, cada vez...
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Sin duda, la fórmula que utilizó Isabelle para preparar el brebaje fue distinta a la de Dominique, porque a lo largo de la noche, Jerôme tuvo varios despertares.
En el primero se vio en el sofá con Dominique acariciándole el cabello. Las voces del ladrón y su amiga llegaban distorsionadas y los párpados le pesaban tanto que no pudo abrir los ojos más de un llano parpadeo. Sin embargo, pese a que el dolor persistía, se sintió tan bien... De haber sido un dragolino, hubiera ronroneado y chispeado por los bigotes.
La segunda vez no hubo dolor, al menos no físico. Se enderezó un poco y vio a ambos amigos unidos por un abrazo, lo que por alguna causa desconocida lo incomodó. La cercanía que tenían el uno del otro le producía rechazo, quizá porque él jamás había experimentado ningún otro vínculo más allá de sus padres. Además, la frase de Dominique: «sé lo que tengo que hacer, tranquila» lo desesperanzó. Con ella dejaba claro su propósito de vender el sueño.
El aturdimiento del brebaje seguía presente. Aunque intentó no hacerlo, volvió a caer dormido sin que sus acompañantes se enteraran de que había estado consciente.
El tercer despertar fue el más raro de todos, para empezar, porque no reposaba en el sofá, sino en el suelo, sobre una alfombra mullida, rodeado de cojines y envuelto por los brazos de Dominique. En esa ocasión, fue la respiración del ladrón chocando contra sus pestañas la que le incitó a abrir los ojos. Permanecía sumido en un sueño pausado, completamente encarado a él, como si lo hubiera sostenido toda la noche, y se le escapaba un divertido silbido de la nariz que a punto estuvo de hacerle sonreír. Jerôme quiso separarse con cuidado, al hacerlo, Dominique lo abrazó con más fuerza y por temor a despertarlo y evidenciarse en esa situación tan violenta, dejó de insistir.
Por extraño que fuera, el hecho de tenerlo tan cerca le tranquilizaba, a su vez, le hacía sentir incómodo. Dulce incomodidad. El relicario quedaba entre ambos cuerpos y lo colmaba de una sensación cálida que aliviaba todas sus inquietudes. De nuevo, el costado dolió, aunque supo ignorar la molestia que le producía, quizá por la pesadez de los calmantes o por lo injustamente a gusto que se sentía.
Acarició el relicario, cerró los ojos y se dejó embriagar por la modorra que lo mantenía preso hasta que, sin pretenderlo, volvió a dormirse. Horas después, el sonido de un gramófono se llevó el silencio y, a decir por la luz que penetraba por las ventanas, también la noche.
Se incorporó dolorido y con frío. Al poco descubrió a Dominique preparando el desayuno mientras cantaba y bailaba claqué. Le pareció divertido hasta que entró en juego una voz femenina a la que acompañó Isabelle, a la par que bajaba las escaleras como si tuviera una gran alfombra roja a sus pies.
La embarazada olisqueó el desayuno y besó al ladrón en la mejilla.
—¿Por qué estás tan contento? —le preguntó.
—¿No puedo estarlo? —replicó él, con las comisuras estiradas hasta el infinito—. Tengo que pedirte un favor, Bell: necesitaré que lleves a mi invitado al dirigible.