19. Entre tinieblas

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Sombras, sombras por doquier y sonidos mordaces que se clavaban en tímpanos inexistentes

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Sombras, sombras por doquier y sonidos mordaces que se clavaban en tímpanos inexistentes. Desde luego, ser un espectro no era fácil, al menos para Dominique, pues ahora vivía sumido en la oscuridad, no podía ver colores ni sentir el tacto de la misma forma que lo sintiera antaño. Pero eso no era lo peor: si el Joyero le decía «ven», iba; si le decía «busca», buscaba; y si le decía «mata»...

Cuando se condenaba a un esclavo al tósigo de la voluntad, siempre se le sometía al influjo de un usurpador antes de que llegara a completarse la transformación, pues una vez convertidos eran inmunes a sus efectos: su tacto era ilusorio y no disponían ojos a través de los cuales la criatura pudiera inocular su veneno y drenar su mente.

No, Dominique ya no tenía ojos, ni piel, no era más que una sombra cuya única voluntad consistía en cumplir los designios del Joyero. No podía negarse a él.

Ser un espectro, en definitiva, era una vida fuera de la vida, no por ello era muerte. El ladrón podía ver el pozo de oscuridad que lo rodeaba, sentía el roce de las sombras y los sonidos dibujaban imágenes grisáceas en su mente. No obstante, a su alrededor sucedían eventos de diversa índole que él jamás podría cuestionar. En vista a la existencia que le aguardaba, un borrado de recuerdos hubiera sido algo magnánimo.

Sus vivencias se aferraban a él como el petróleo al mar, pese a que no tenía voluntad para ahuyentarlas de su mente ni para atesorarlas consigo. Ni siquiera tenía fuerzas para preguntarse a sí mismo por qué Neo le obligó a acompañarle a la Planta de Reciclaje.

A la sazón, no supo cuál era la misión. El emisario le ordenó que fuera con él y fue. Luego, Neo desapareció sin decirle nada ni darle indicaciones y, como la visión de un espectro no entiende de muros, Dominique enseguida detectó dónde estaba Blues. No fue consciente del instante en que emprendió el camino hacia su habitáculo ni de cuándo se descubrió a sí mismo espiando al reciclador. El sonido de la armónica lo hechizó hasta llevarlo frente a él. Ni siquiera entonces Dominique alcanzó a comprender una milésima parte de la situación.

De repente, una idea se instauró en su mente: ¿y si esa visita era una trampa para capturar a Blues? Aquello hubiera sido algo terrible. ¿No tenía bastante con vivir en un mundo sombrío en el que la belleza se había esfumado bajo el manto de la nada y en el que sus pensamientos carecían de voluntad para soñar y volar? Recordar aquellas personas a las que quiso y no-vivir eternamente sabiendo que sus vidas peligraban hacía que las tinieblas fueran más tenebrosas. ¿Y si, además, le tocaba ser el verdugo? No podría hacer nada por evitarlo.

Sin embargo, la aptitud de Neo no era la misma que él recordaba. Neo, el joven rebelde y risueño que de un día para otro se convirtió en el cruel emisario del Joyero, ahora, mientras pilotaba a Roberta, no cesaba de observarlo de reojo como si quisiera decirle algo trascendental.

—¿Quieres música? —le preguntó, en cambio.

No podía contestar a ello, los espectros no hablaban y, aunque pudiesen, jamás contestaban a preguntas relacionadas con sus propios deseos, principalmente porque no disponían de ellos. En teoría. Dominique volvió la vista atrás, a la Planta de Reciclaje de la que ya no alcanzaba a ver más que el humo de las chimeneas que se elevaba sobre las copas de los árboles. Sí, sin duda, en su oscuridad aún brillaban los deseos. Hubiera querido escuchar de nuevo la armónica y sentir ese no-beso en los labios una vez más, de la misma forma que deseaba que Jerôme estuviera bien y no hiciera ninguna locura por ir a buscarlo. En pocos días, el reciclador había perdido peso, las ojeras eran testigos de sus noches en vela y su mirada dolida, de la tortura a la que lo sometían las pesas. Dominique era un espectro, pero no más que Blues. En el cristal de la avioneta aún podían verse las marcas de sus dedos y Domi pensó que poco quedaba del muchacho que él conoció una vez. Entre todos lo habían destruido, temía hasta qué punto, y recordar que ya no podía ni quería ayudarlo fue doloroso.

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