20. Robar un sueño

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Jerôme no sabría decir si era por la forma en que los colores del humo de la Fábrica de Recuerdos se mezclaba con la llovizna, o por el hecho de que la noche cerrada engullía hasta el último aliento de las llamas de las farolas, empero, aquellas c...

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Jerôme no sabría decir si era por la forma en que los colores del humo de la Fábrica de Recuerdos se mezclaba con la llovizna, o por el hecho de que la noche cerrada engullía hasta el último aliento de las llamas de las farolas, empero, aquellas calles de la periferia se le hicieron  mucho más tétricas de lo habitual.

Caminaba con pasos torpes sobre adoquines húmedos, el dolor de las pesas era cada vez más tajante y apenas lograba mantenerse en pie. Había aprendido a sobrellevar su pesar sin desmayarse cuando se centraba en su torso, no obstante, ahora era mucho peor, pues se acompañaba de náuseas, mareos y de una fuerte migraña que le impedía discernir.

Con gran alivio se detuvo en el portal indicado.

La vivienda de Bell no era más que una pequeña chabola entre medias de dos altos bloques de sobrecargadas fachadas y barandas con formas imposibles, pero tenía cierto toque rústico y la puérpera se había encargado de decorar los alféizares con plantas de diversos colores, por lo que parecía un oasis de vegetación en medio de la ciudad.

El reciclador respiró tan hondo que terminó vomitando sobre la acera. Luego, se limpió la boca, la sangre de la nariz, y llamó a la puerta.

Casi al momento apareció Ruth. Se había cortado el cabello y un fino rubor asomaba a sus mejillas acaneladas. Parecía feliz.

—¡Muchachote! —exclamó al verlo—. ¿Qué te trae por aquí? —Si bien la primera reacción de la doctora fue la alegría, en cuanto lo observó con más detenimiento, su rostro se tornó en pura preocupación—. Estás horrible...

Jerôme intentó mostrarse amable con una sonrisa embustera. No sabía cuánto tiempo le duraría la conciencia, no obstante, esperaba que fuera suficiente para salir de allí con aquello que había venido a buscar.

—Quería ver qué tal estaba Nayra —acertó a decir con un gran esfuerzo—. También esperaba poder hablar con Bell a solas.

—¡Dile que pase! —gritó la otrora espía desde el salón. Al entrar, la vio sobre el sofá, envuelta en cojines y con la recién nacida alimentándose de sus senos. Estaba ojerosa, algo traslúcida, aunque el verde de sus ojos derrochaba ilusión. Así, despeinada y en pijama, le pareció mucho más bella y carismática que días atrás—. Es una glotona, ha recuperado todo el peso.

Jerôme se asomó un poquito para ver mejor a la neonata. Nayra le recordaba a un ángel pelón, de largas pestañas y mejillas rollizas. Aún no conocía más mundo que sus madres, quizá por eso se la veía segura, ajena a la pérdida de su tío, y destellaba chispas de felicidad. Jerôme se vino abajo. Una cosa era tolerar el dolor físico, pero el emocional se escapaba a su control. Empezó a llorar desconsoladamente. Bell extendió su mano hacia él, tragó saliva y apretó los párpados, mas fue Ruth quien habló.

—Siento lo de Dominique. Después de todo, no merecía terminar así.

—¡Está vivo! —protestó él en un hipido—. Dominique está vivo, no hables de él como si hubiera muerto.

El Ladrón de SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora