CAPITOLO SECONDO

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-¿De fingir? -repitió en tono inocente.

-Acerca de tu situación laboral -dijo él-. ¿Por qué no te tomas unas vacaciones mientras consideras tus opciones y piensas en lo que te conviene hacer?

Una idea estupenda, pero apenas práctica a menos que él fuera a sugerirle el robo como único medio de pagar las facturas. Y sabía que él no haría eso por nada del mundo. El abuelo conocía mejor que nadie los peligros y desventajas de una vida de delincuencia y había hecho lo posible para alejarlo de la profesión. La única otra ocasión en la que había mostrado tanta firmeza había sido cuando le había enseñado

los trucos para que no lo pillaran. -Abuelo, aprecio el gesto, pero aunque pudiera convencer al condado de que no necesitan esos estúpidos impuestos, seguimos teniendo gastos de comida y coche, entre otras cosas.

Detestaba decírselo de ese modo, sobre todo cuando sabía que el abuelo no tenía dinero para ayudarlo. Hacía tiempo que se había gastado sus ahorros y la seguridad social no le daba pensión a los ladrones jubilados.

Gulf suspiró.

-Sólo necesito encontrar un empleo. Como ya he agotado todas las vías habituales, estoy pensando que voy a intentar encontrar algo especial. Tal vez en alguno de los parques de atracciones. Aventura y emoción, es lo que me gusta, ¿no?

-Estoy seguro de que te encantaría tener un puesto de algodón de azúcar, pero antes de embarcarte en una profesión tan emocionante, veamos tu regalo de cumpleaños.

-¿No era un Martini aguado?

Una broma tonta, pero era lo mejor que se le ocurría en esas circunstancias. Sin razón aparente y mientras se preguntaba qué le tendría reservado su abuelo, había empezado a experimentar cierta aprensión. Siempre hablaba de lo mucho que le gustaría ayudarlo a ser más independiente económicamente.

Esperaba que no hubiera hecho ninguna tontería. ¿O sí?

Se metió la mano en el bolsillo interior de la americana y sacó un estuche de terciopelo negro atado con un lazo de raso rojo. A Gulf le dio un vuelco el corazón al tomar la caja de sus manos. ¡Ay, Dios mío, parecía que sí...!

Intentó calmarse para no temblar tanto mientras tiraba de la lazada, antes de abrir cuidadosamente el estuche. En su interior, sobre un lecho de forro de raso negro, se encontraba el collar de diamantes más bonito que había visto en su vida. Y francamente, había visto unos cuantos.

"Oh, no, no... Oh no..."

Sacó el collar al tiempo que su ojo práctico examinaba las piedras. Al ver la calidad superior de los diamantes y el maravilloso trabajo artesanal se le aceleró el corazón. El collar debía de costar al rededor de medio millón de dólares y eso sólo significaba que aquél era un asunto turbio. Muy, muy turbio.

Gulf lo miro con una mezcla de miedo e incredulidad; ni siquiera se molestó en ocultar lo que sentía.

-¡Oh, abuelo! -le dijo en tono apenas reconocible-. ¿En qué lío nos has metido ahora?

...

Tal vez los diamantes no fueran los mejores amigos de un chico, pero en ese momento, tanto los diamantes como los chicos le estaban dando a Mew Roller un sinfín de problemas.

Estaba de pie junto a un enorme escritorio en el salón de su abuela, rodeado del barullo de las conversaciones de las cincuenta o sesenta personas que había allí con él. Pero él ignoraba las voces, intentando como estaba concentrarse en una solución que no implicara robarle a su abuela un collar de quinientos mil dólares.

Pero lo malo era que no se le ocurría otra alternativa.

Si quería mantener a la señorita Morgan alejada de cualquier embrollo, tarea nada fácil, iba a tener que aguantarse y robar el collar. Y además, esa misma noche. Antes de que fuera demasiado tarde.

B⃤E⃤S⃤O⃤S⃤ R⃤O⃤B⃤A⃤D⃤O⃤S⃤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora