Sola

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Hay momentos en los que me asalta un profundo dolor en el pecho. Un dolor tan intenso, tan horrible, que no me permite avanzar.

Súbitamente, me convierto en un ser vulnerable, en un alma perdida que es incapaz de recordar el camino a casa. Me hallo sin voz, sin aire y sin latidos. No puedo pronunciar ni un auxilio ni un por favor. Y soy consciente, con total claridad, de que estoy sola. No hay nadie ahí afuera dispuesto a tenderme una mano. Me descubro nadando en un mar deshabitado. No existe nada. Ni el tiempo, ni el día ni la noche. Nada. Mi vida es una ilusión.

Me miro al espejo y trato de encontrarme, pero el marco continúa vacío. Reflejados en él, una mesa ratona y la pared de aquel gris desteñido. Pero no veo silueta alguna. Es como si no estuviera allí. Como si no estuviera en ninguna parte.

Me derrumbo en el suelo y no hago ruido al caer. Abrazo mis rodillas y me vuelvo pequeña. Más pequeña aún. Más invisible. Cierro mis ojos, sumerjo mi mente en un sueño profundo y me olvido de todo. Hasta de mí.

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