Ⅲ | Bienvenidos A La Corporación

288 21 31
                                    

Luego del grito de Nellie, todo pasó muy rápido.

Cuando Deven, asustado, se levantó a ver el tétrico escenario que se desarrollaba detrás de ellos, no puedo evitar ver como detrás de la hermosa chica que había visto hace apenas unos minutos llegó un investigador y se la llevaba luego de taparle los ojos.

—¡Espere! ¡¿Qué hace?! —gritó ella, desesperada.

—¡¿Quienes se creen que son para tocar nuestra grandeza?! ¡Lacayos sarnosos! —graznó su amigo.

Deven se alarmó al verla forcejeando pero cuando dio un paso hacia ella, un investigador también lo apreso a sus espaldas.

—¡¿Qué te pasa?! —exclamó al investigador.

—Los candidatos deben iniciar el enlace.

—¡Suéltame!

—Oiga, oiga. A mi no me toque —advirtió Atticus a otro bata blanca—. Ya conozco el camino. No pierda el tiempo y vaya a por alguien más.

El investigador hizo tropezar a Deven al jalarlo hacia la entrada, perdiendo de vista a la chica en el mar de gente.

La resonante alarma, los gritos aglomerados, su cuerpo chocando contra otros candidatos desesperados y el no poder encontrarla; sólo aumentaban su estrés.

Atticus estaría bien. ¿Pero esa hermosa chica? ¿Qué podría hacer ella?

Tan pronto pasaron la descontrolada entrada, el investigador lo arrastró a la izquierda de la muralla y lo obligó a detenerse frente a una de las tantas cápsulas blancas que emergian del césped, y fue ahí cuando la volvió a ver.

Cuando los gritos de los batas blancas a su alrededor no paraban de incrementar, a dos cápsulas a su izquierda, forzaban a la chica a quedarse quieta a la par que liberaban su vista.

Sus miradas se cruzaron, por un vano esfuerzo de ella de ubicarse, y sus cuerpos se helaron, pues encontraron en los ojos del otro lo mismo que sentían sus almas: Terror absoluto.

Ella hizo un amago para hablar, pero los gritos de un candidato al ser interpuesto entre ellos la detuvo.

—¡Quiero irme a casa! ¡Por favor, se los ruego! ¡Déjenme estar con mi madre! ¡No quiero ser un aditheo! ¡No quiero morir! ¡Por favor! ¡Aléjense! ¡Aléjense!

El investigador que lo sometía lo soltó con un empujón y mientras el pobre chico trastabillaba, del bolsillo de su bata sacó un arma y le apuntó a la cabeza.

—¡¿Qué cree que hace?! —grito la chica hermosa, alterada.

Cuando intentaba ir a ayudarlo, su espalda recibió un golpe que le sacó todo el aire y la aventó dentro de la cápsula que se acababa de abrir, y cuando su cabeza chocó contra el metal, un ensordecedor disparo y el desgarrador grito de una chica la paralizó.

Sin permitirle hacer más nada, la cápsula se cerró y la voz de una mujer comenzó a hablarle, pero ella no estaba en condición de escuchar.

Sus temblorosas manos estaban alzadas en un vago esfuerzo por escudarse y sus ojos, igual de temblorosos, estaban perdidos en algún punto de la cápsula.

«¿Lo mataron? ¿En serio lo mataron?»

—Por favor. Libere su rostro para comenzar enlace.

«No puedo creerlo. No pudo haber pasado. ¿Y en el discurso del Doctor? Esos muertos eran los aditheos. ¿Qué clase de persona puede hacer algo así?»

—Por favor. Libere su rostro para comenzar enlace.

«Estoy en una pesadilla. Una pesadilla. Por favor, Evelyn. Despierta. Despierta. Despierta.»

El Destino de los CondenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora