Ⅷ | El Reclutamiento: La Llegada

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El día quince llegó antes de lo que Deven esperaba.

En sus últimos cuatro días en la Corporación aprovecho cada intervalo de tiempo muerto entre sus entrenamientos para despistar a la Principal Dai y buscar a Rafferty en los pasillos de la Corporación, pero aunque Atticus e Ian (quien pronto no tardaria también en recurrir a ellos por ayuda) se esforzaran con él para encontrarla, todo fue en vano.

A pesar de ser la mujer más famosa del mundo, la segunda al mando de la Corporación, parecía que había desaparecido de la faz de la tierra sin dejar ni rastro de su existencia.

Atticus le dijo que de seguro hoy si la verian, pues todos los miembros de la Corporación están en el complejo por su prueba final, por lo que lo único que debían hacer era encontrarla y buscar la oportunidad de hablar con ella.

A Deven le desesperaba que su esperanza de ser salvado quedará en la remota probabilidad de encontrarse con alguien entre las miles de personas que acudirian hoy a la prueba pero, aun así, lo hacía mantener la suficiente esperanza para continuar con su acto y asistir a la prueba.

—Mira todos esos periodistas, Gaia. Son demasiadas personas. Ese Hisawa sí que mueve a mucha gente...

—Comienza a arreglarte, Silas. Y tú también, Deven. Hay que estar presentables para las cámaras.

Deven estaba en la parte trasera del vehículo observando a su madre retocando su peinado, con su vista fija en el mar de medios que se extendieron afuera de las murallas azules, tratando de grabarse cada una de sus expresiones.

Aunque sus padres asistieran a su prueba final fuera parte de un tratado mundial, un deber ante la sociedad, aún le era tan extraño ver a su madre que cada tanto se pellizcaba para asegurarse de que no estaba soñando y que ella realmente estaba a su lado.

—Deven. Ni si te ocurra actuar como siempre. No quiero que el mundo sepa que tengo a un tonto inservible como hijo.

Esas fueron las últimas palabras que escuchó de Gaia Moore antes de que su esposo se bajara del asiento de copiloto y fuera a abrir su puerta.

Su padre colocó una mano en su espalda y lo guió entre la multitud mientras que su madre lucia su hermoso traje color vino, que tenía a juego con su esposo, a la espera de que su hijo llegara junto a ella para que todas las cámaras la capturaran, aunque no tuvo mucho tiempo para posar. De inmediato un batallón de agentes de seguridad llegó con la familia Moore y los comenzó a escoltar hacia el complejo justo cuando el vehículo que los trajo dejaba el lugar.

Deven intentaba disimular su desagrado, ignorando cabizbajo a aquellos artefactos que lo inmortalizaban, diferenciándolo de su madre que no dejaba de saludar y sonreirle a todos, por lo que vieran la sorpresa de la señora cuando, de repente, antes de que llegaran a la caseta de entrada, la atención de todos los medios se desvió abruptamente de ellos.

—¡Ese es el carro de los Michell!

El grito de un fotógrafo hizo que todos se detuvieran en seco y, al ver como una limusina blanca estacionaba en la Plaza de Fundadores con la inconfundible "EV.M." escrita en su placa, corrieron hacia ellos.

Deven y su familia no dejaba de escuchar "¡Los Michell!" cuando, en estampida, la prensa huía de ellos y los dejaba solos en medio de la plaza.

Gaia veía indignada como hasta sus propios escoltas tuvieron que correr para apaciguar a la multitud que abarrotaba a la limusina con desesperación pero, no fue hasta que estuvo a punto de quejarse que un guardia llegó a sus espaldas y les pidió que continuaran caminando.

Ella no le dirigió la mirada a su hijo en ningún segundo de los veinte minutos que estuvieron en la caseta de entrada haciéndoles las respectivas revisiones. Tampoco lo vio cuando dos escoltas los llevaron hasta el Caos Temple y los dejaron con una recepcionista de ajustado vestido de plástico blanco que corrió hacia ellos para relevar a los guardias.

El Destino de los CondenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora