Ⅳ | Desierto de Paciencia

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Todos escuchaban en silencio las extrañas palabras que les dedicaba el Principal Nilam, ese amargado investigador de cabello rosado. Unos estaban sorprendidos. Otros lo miraban con desprecio. Solo una se reía.

—Ninguno de ustedes debe ser tan tonto como para no saber lo que está pasando. Deben ser conscientes que para la Corporación ustedes son como vacas. Pequeños novillos que criaremos y alimentaremos para que crezcan de la forma en que dictemos y, en el debido momento, los despacharemos al mundo. Sería erróneo pensar algo distinto a eso. No nos encargaremos de que sean felices o lo que sean que crean que pasara. Ustedes solo son un producto que tenemos que crear y vender. Más allá de eso, no nos importan.

Atrás del Principal Nilam, el Doctor escuchaba el discurso algo confundido. No le impresionaba que dijera algo así, después de todo era de Nilam de quien hablamos, pero él hubiera elegido hacer un discurso un tanto no... insensible.

—Como sea... Dentro de once días tendrán su prueba final, donde deberán demostrar que sus poderes son útiles para el mundo, si es que desean convertirse en reclutas. Así que después de esta motivadora charla, como ya les hicimos sus exámenes y nos entregaron sus almas, por fin se pueden dirigir con sus principales para que empiecen aquel infierno que llamaremos entrenamiento. ¿Les queda claro?

El Principal Nilam vio con fastidio como el candidato Ian Adams levantó su mano.

—D-disculpe. Pero... ¿Entrenamiento para qué?

Uno de los Principales, alineado con el resto, se sobo la cien al escuchar tal pregunta. El Principal Nilam rodó sus ojos.

—Para que sus pruebas no mueras como un inutil. Obviamente —contestó de mala gana.

Ian exhalo aterrado.

—No estoy diciendo que la prueba final sea difícil. Es solo que, no podemos arriesgarnos a perder a más de ustedes. Tenemos que entrenarlos para que sus patéticos cuerpos puedan soportar las exigencias de la prueba final. Si la hicieramos hoy, caerían como moscas. Justo como el resto de candidatos que no superaron la entrada.

Deven perdió su mirada igual que la del resto de los candidatos.

«Entonces es cierto. Solo veinte candidatos sobrevivimos. ¿Veinte de cuantos?»

Sin importarle la expresión en los rostros de los candidatos, el Principal Nilam extendió su brazo derecho y las puertas se abrieron para darle paso al secretario del Doctor.

—Fred los escoltará uno a uno a los elevadores y les informará quién será su Principal y su compañero de equipo. No se olviden que aquel que será su compañero, estará unido a ustedes durante toda su vida en la Corporación, así que procuren llevarse bien. O no. Realmente no me interesa.

Fred se detuvo frente a un candidato.

—Atticus Allen. Por favor, acompáñeme.

Atticus rió por lo bajo.

—Vaya equipo me tocó. Buena suerte con el tuyo, Deven. E Ian... Fue un placer. ¡Feliz muerte!

Ian vio con sus ojos bien abiertos como Atticus se fue con el secretario.

—¿Feliz muerte? —repitió aterrado.

Pasó poco tiempo antes de que Fred buscará a Ian. Lloro un poco antes de irse. Pronto la sala fue vaciándose poco a poco. No fue hasta que quedaba menos de la mitad de los candidatos que el secretario del Doctor precisó a Deven y se llevo de ahí.

—La Principal que te ha escogido como su candidato es la Srta. Dai Light. Tengo prohibido darte mucha información sobre ella pero, de entre todos, es la más amable —le informó Fred, escoltandolo por el Caos Temple—. Ella siempre ha tratado con mucho cariño al Doctor. Y por lo visto tu compañero también.

El Destino de los CondenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora