Cuando la invitación llegó a la hacienda Elizondo, Sarita ni se imaginó que Franco Reyes figuraba como coanfitrión del evento. Vaya sorpresa que se pegó cuando Jimena le leyó la tarjeta. Mentiría si dijera que esta información no fue la decisiva para querer acompañar a su hermana, y mentiría también si no admitiera que se moría por ver al hombre de sus sueños. Literal de sus sueños.
Porque la traición de su subconsciente, aquella en la cual ella lo montaba, no fue ni por cerca la única vez que soñó con él. No, claro no. En esta semana que no lo había visto ya llevaba tres noches donde el rubio se convertía en el protagonista de sus sueños, y siempre aparecía sin ropa. Para luego quitar la de ella.
Así que sí, se moría de ganas de ir pero se sentía como una hipócrita. El otro día no más le pedía que no la besara nunca más, pero por dentro anhelaba esos besos y sabía que si iba a la dichosa fiesta Franco intentaría algo y ella se dejaría. Porque la carne es débil, y su cuerpo parecía rendirse ante ese hombre.
Pero sería fuerte. Si no iba, no habría tentación.
—Sarita, acompáñame por favor. —la menor de ellas se giró aún sentada en la silla del tocador y miró a su hermana con eso ojos de cachorrito que tantas cosas le habían conseguido en el pasado.
—Jimena, si quieres ver a Oscar sabes que puedes ir a su casa y hacerlo. No es necesaria la excusa de la fiesta. Además, ¿Qué te hizo para que te enojaras nuevamente con él?
—No quiero hablar de eso.
—Fue algo sin importancia, ¿Cierto? —Jimena corrió la mirada—. Te enojaste por algo estúpido y ahora te arrepientes y no sabes como admitirlo.
—Ay, ya. No entiendo porqué ahora estás de acuerdo que Norma y yo veamos a los Reyes. ¿No eras la primera en oponerte después de mamá?
—Ya te expliqué mis razones. Si no quieres escuchar, es cosa tuya. —Sarita pretendió ordenar las prendas que tenía sobre la cama, pues Jimena la conocía mejor que cualquiera y sabía que si la miraba a los ojos, su hermana intuiría que algo más había detrás—. Y no me cambies el tema.
—Bueno, —Jimena se puso de pie y caminó hasta el baño—. Yo iré a esa fiesta, contigo o sola. A lo mejor cometa una locura esta noche y mi hermana no estará ahí para cuidarme. —Sarita puso los ojos en blanco ante las palabras de su hermana.
«Si mantengo la distancia, tampoco habrá tentación. Mirarlo de lejos no estaría mal, ¿O sí?».
—Muy bien. Te acompañaré.
—Ay, Sarita. ¡Lo pasaremos tan bien!
Y se lo estaban pasando genial. Leandro sí sabía como montar un fiestón. Además había logrado mantenerse lejos de Franco gran parte de la noche, por lo que Sara clasificó como un éxito el evento.
Esto fue hasta que Jimena se desapareció. De ahí en adelante todo se fue cuesta abajo y Sarita solo se preguntaba cómo de un momento a otro todo se había ido al carajo.
La mayor de las Elizondo conversaba con un grupo de conocidos de su familia, pero sinceramente se estaba aburriendo como una ostra. Además ya estaba cansada de los coqueteos del hijo mayor de aquellos hacendados, y lo único que quería era alejarse de ahí y buscar un trago. O cualquier cosa que la distrajera del pesado ese. Buscó con la mirada a Jimena para pedirle que la rescatara, y ese fue el momento en que notó que su hermana pequeña no estaba en la sala. Curiosamente, tampoco podía ubicar a Oscar Reyes.
Al que sí vio fue a Franco, quien miraba fijamente en su dirección con gesto molesto y sorprendentemente no la miraba a ella. Sarita frunció el ceño curiosa, y siguió la mirada del rubio. Sus ojos estaban posados nada más ni nada menos que sobre Manuel Cabello, el mismo hombre que llevaba gran parte de la última hora coqueteándole. Esta información le dio a Sarita una idea maestra, o así pareció en su momento. «Tal vez si ve que me intereso en otros hombres, dejará esa fijación que tiene con buscarme».
Sí, parecía una idea magnífica. Pero en la práctica resultó ser la peor idea que había tenido en su vida. Partiendo porque al sonreírle de vuelta a Manuel por primera vez en la noche, fue como darle permiso para que subiera de nivel en su flirteo. Ahora, además de sonreírle coquetamente, la tocaba a cualquier oportunidad que tenía, ya sea las manos o el hombro desnudo. Se arrepintió de seguirle el juego de inmediato. Aunque al parecer logró su cometido, pues al volver a mirar hacia donde estaba Franco el rubio ya no estaba.
—¿Busca a alguien, señorita Elizondo? —Sara saltó de la sorpresa al escuchar al mismísimo Franco Reyes a menos de un metro de ella.
—A mi hermana. ¿La ha visto?
—No. —Y como ocurría cada vez que se veían, sus ojos se quedaron pegados en el otro, ignorando lo que pasaba en el resto del mundo. Esto hasta que escucharon un carraspeo. Franco miró a su izquierda, endureciendo la mirada apenas visualizó al hombre que parecía interesarse por Sarita—. Franco Reyes —se presentó ofreciendo su mano de manera cortés.
—Manuel Cabello. Un placer conocerlo.
—¿Me prestaría a Sarita un momento? —El hombre no alcanzó a responder cuando Sarita lo hizo por sí misma.
—¿Y para qué sería?
—Necesito hablar una cosita con usted. —Acto seguido agarró a Sarita del brazo, se despidió con una pequeña reverencia de cabeza del otro hombre, y disimulando el forcejeo entre él y la castaña, prosiguió con llevársela de ahí.
—¿Qué quiere ahora? ¿No vio que estaba conversando? —Refunfuñó Sara apenas llegaron a un rincón poco concurrido.
—Una conversación requiere de al menos dos participantes. Él estaba hablando, usted pretendía escuchar. Como yo lo veo, la acabo de liberar de ese... señor. —Sí, efectivamente eso es lo que pasó, pero Sarita jamás lo admitiría. Ya tenía bastante con el resultado de su plan, que era totalmente lo opuesto a lo que tenía en mente.
—¿No se le ocurrió que a lo mejor lo que él me estaba hablando era interesante?
—¿Acaso le hubiese gustado aceptar la cita a la cual la estaban invitando?
—¿¡Cita!?
—¡Já! ¿Se fija que no escuchó nada? Cuando quiera me lo agradece.
—Gran engreído. Mejor espere sentado, porque no pienso agradecerle nada. Con permiso. —La castaña prácticamente arrancó del sitio ignorando a Franco que la llamó por su nombre.
Sarita se perdió rápidamente en la multitud, decidida a irse de esa fiesta. Buscó a Jimena sin éxito, y ya se estaba cansando de esperarla a la vez que tenía que escabullirse del ojiazul cada vez que lo notaba cerca. Decidió irse sin más, ya vería su hermana como se devolvía a la hacienda. «Le pasa por dejarme plantada».
Cuando vio a Leandro se acercó de inmediato para agradecerle la invitación y despedirse. Claro que no contaba con que el diseñador le hiciera drama por querer irse sola.
—Ay, Leandro. ¿Y qué diferencia haría Jimena si nos pasa algo en el camino? Me tocaría defendernos a ambas de todas formas.
—Sara, no seas cabecidura. Espérala o deja que alguien te acompañe. ¿No viven los Reyes cerca de ustedes? —Sarita rodó los ojos ante la mención de sus vecinos.
—Bueno, ya. Tampoco es como que necesite de tu permiso. Acostumbro a andar sola, sé cuidarme muy bien.
—Ay niña, ¿No puedes esperarte una hora? La fiesta está por terminar.
—¿Qué sucede? —Por supuesto que Franco se volvería a meter en conversaciones ajenas.
—Estoy tratando de convencer a Sarita para que no se marche, pero es más terca que una mula y pretende irse sin Jimena.
—Pues a mi no me parece que salga sola a la calle, es muy peligroso.
—Ya, no empiece usted también. Leandro, estoy muerta. Muchas gracias por la invitación, lo pasé muy bien. Si ves a Jimena, dile que me marché.
—Por lo menos permítame que la acompañe al carro, ¿No?
—No, gracias. Que tengan buena noche. — Pero el rubio ignoró sus deseos y salió pegado a ella, tomándola del brazo una vez más—. ¡Ya suélteme! — gritó cuando estuvieron en la calle, soltándose—. ¿¡Quién se cree para tratarme así!?
—Deje que la acompañe.
—¿Acaso no entiende español? Le dije que no necesito de su compañía. Tampoco la quiero. —Sarita empezó a caminar furiosa. Sabía que no tenía que haber ido a esa fiesta, pudo ahorrarse todo ese drama si no fuera por sus malditas ganas de ver al estúpido que la seguía de cerca.
—¿Dónde está su carro?
—No sé. Más adelante.
—Mire, no es bueno que se vaya sola a esta hora. Espere que salga Eva y la seguimos para acompañarla a la hacienda, Sara.
—No necesito escoltas. Yo no vivo de miedos, y además estoy acostumbrada a manejar sola. No entiendo por qué le interesa tanto lo que pueda pasarme. —Franco la agarró del brazo por tercera vez esa noche y la volteó para mirarla a la cara.
—¿De verdad aún no se da cuenta? Sara, yo me preocupo por usted. Me importa lo que le pase. No me pregunte porqué, porque no lo sé.
—Cuando lo sepa, me dice. —Sarita lo empujó, con el corazón revuelto.
Hace tiempo sabía que el menor de los Reyes le gustaba, y se odiaba por eso. Porque creía que Franco jamás se fijaría en una mujer como ella. Pero cuando le decía ese tipo de cosas, cuando no se resistía a besarla como ya ha hecho en el pasado, su corazón se llenaba de esperanza. Y esas esperanzas de nada le servían si Franco no ponía en orden sus propias emociones, y peor aun, si no sabía reconocer qué sentía exactamente por ella.
ESTÁS LEYENDO
Un poco más cerca
RomanceSara Elizondo no soportaba a Franco Reyes, o eso estaba ensimismada en creer. La verdad era que no se podía resistir a esos ojos azules que le robaban el sueño, o a esos besos que siempre lograba robarle. Pero jamás admitiría eso ni así misma. Porqu...