Nada cruzaba por su cabeza excepto por una cosa: encontrar alguna puta evidencia. Necesitaba algo que incriminara a Sara para que Gabriela le creyera por completo, porque ahora se daba cuenta que no tenía todo controlado como él creía. Una cosa era discutir con Gabriela a solas, y otra muy distinta era recibir regaños en frente de las tres hermanitas Elizondo. Se sentía humillado, pasado a llevar. Hace apenas una hora, Gabriela le había gritado que no podía seguir tratando así a sus hijas, que ese comportamiento "no es de un hombre decente" y mucho menos "de un hombre de familia".
Y todo por culpa Sara Elizondo.
Ya no la soportaba, ni siquiera pelear con ella podía disfrutar ahora que Gabriela parecía estar de su lado. «Debí haberle apretado el cuello más fuerte, a ver si así se callaba un rato».
Ni le importó desordenar toda la habitación que Jimena y Sara compartían, total, cuando encontrara algo -porque lo iba a hacer-, podría convencer a la patrona de la hacienda que la única persona que valía la pena en esa casa era él. Revisó los cajones del tocador y vació por completo los de la mesita de noche, buscó debajo de la cama, debajo del colchón, hasta agitó los pocos libros que encontró por si había algo entre sus páginas. Pero no tuvo éxito.
—Tranquilo, tranquilo —se dijo a sí mismo cuando empezaba a frustrarse—. Todavía queda mucho que revisar.
.
Casi no se veía el camino cuando Sara llegó de vuelta a su hacienda. Como siempre le ocurría cuando estaba con Franco, la tarde se le pasó volando, y cuando se dio cuenta de lo tarde que era, el sol ya empezaba a esconderse en el horizonte.
A esa hora era extraño ver movimiento en las caballerizas, por lo que cuando desmontó a Caprichoso, se sorprendió de ver luz en los corrales y a algunos vaqueros aún dando vueltas por ahí. Sus empleados la miraron nerviosos, pero ninguno dejo nada, a excepción de uno que se ofreció a guardar al caballo por ella. Si bien el acto no era para nada nuevo, la desconcertó un poco el ambiente.
—Señorita Sara —habló Olegario, entrando con paso apurado e igual o más nervioso que el resto de los empleados—, su mamá la está esperando desde hace unas horas.
—¿Pasó algo?
—Nada que yo sepa, pero se veía furiosa. Y cuando no la encontró por ningún lado... —La cara del capataz decía todo lo que Sara necesitaba saber.
—Gracias, Olegario.
Preocupada, emprendió camino a la casa principal, y cuando finalmente llegó a su destino, su mamá la esperaba ya en la sala de estar. A penas la vio entrar a la habitación, doña Gabriela hizo contacto visual y sin decir una sola palabra, se dirigió al estudio, haciéndole entender a Sara de inmediato que su presencia era requerida.
La mayor de las hermanas la siguió sin chistar tragando el nudo de nerviosismo que se le había formado en la garganta. Deseaba con todo su ser estar equivocada sobre el tema que iban a tratar, pero en el fondo sabía que Fernando finalmente había abierto la boca.
—Cierra la puerta. —Sara obedeció de inmediato sin meter ruido en un acto inútil de intentar no enfurecer más a Gabriela. Luego, se giró lentamente y la miró a los ojos. Sabía que, si no lo hacía, su madre tomaría el gesto como insolencia y empeoraría el asunto.
Gabriela la miró por varios minutos con el rostro tenso luego de haberse sentado detrás del escritorio, provocando que Sarita se moviera nerviosa en su silla, frente a Gabriela.
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Un poco más cerca
RomantizmSara Elizondo no soportaba a Franco Reyes, o eso estaba ensimismada en creer. La verdad era que no se podía resistir a esos ojos azules que le robaban el sueño, o a esos besos que siempre lograba robarle. Pero jamás admitiría eso ni así misma. Porqu...